Desde la red que nuclea a diferentes colectivos de la economía solidaria reflexionan acerca de los desafíos de ser hoy cooperativista y las batallas a librar en un contexto de ajuste e incertidumbre.
Por Verónica Ocvirk
Una red nacional que agrupa a 150 cooperativas de 18 provincias: eso es Alimentos Cooperativos, cuya meta no es otra que comercializar alimentos de la agricultura familiar y la economía solidaria. Quienes administran la comercialización de esos productos en Buenos Aires conforman a la vez la Cooperativa de Trabajo Alimentando, que tiene 40 socios y administra cuatro locales en la Ciudad de Buenos Aires, otro más en la provincia, un espacio mayorista que incluye el acopio y la distribución, la gestión de una tienda virtual, un sector de administración y otro de proyectos.
Miguela Varela integra ese colectivo y cuenta los inicios del proyecto en 2014. “El diagnóstico que entonces se hizo desde un conjunto de cooperativas de productores fue: ‘tenemos productos con agregado de valor, necesitamos un canal comercial propio que nos resuelva las necesidades’. Porque ya habían intentado vender a través de canales tradicionales, como supermercados, almacenes, otros intermediarios, y habían sido víctimas de la especulación comercial. Y después de tanto remarla, en un momento dijeron: ‘la verdad es que estamos necesitando que comercialice nuestros productos alguien con nuestras mismas ideas’”.
Así le llegó la propuesta a un grupo de gente que venía trabajando en la economía solidaria. Y así surgió Alimentando, que ya está cerca de cumplir sus primeros diez años a lo largo de los cuales fue desarrollando un interesante expertís específico en lo que tiene que ver con comercializar estos productos de modo mayorista, minorista y virtual, abrir nuevos canales, fijar precios y contar historias a los consumidores. En forma paralela, se fueron desarrollando otros espacios similares en Jujuy, La Rioja, Mendoza, Patagonia, Catamarca. Y así arrancó a desplegarse la red.
“En Buenos Aires, y también en Jujuy, el esquema comercial que encontramos tiene que ver fundamentalmente con locales de venta al público y un espacio de acopio mayorista. Pero en la Patagonia es diferente: lo que se organizan son compras conjuntas, por eso lo que hay son nodos de consumo para que estos productos, que no son fáciles de conseguir, lleguen a esa zona a un precio accesible”, resume Varela.
“Transición”, palabra clave
La red nuclea más que nada cooperativas pero, explica la referente, “no es que si no tenés la matrícula de cooperativa no entrás. Lo que nos aglutina es un concepto más amplio, que tiene que ver con una forma de producción agroecológica y artesanal muchas veces en transición”. Sucede que quienes pueden certificar orgánico no son necesariamente los pequeños productores, porque esa certificación requiere una cantidad de recursos bastante importante. “El concepto tiene que ver con proyectos que sean viables social y ecológicamente, algunos artesanales, otros que sí pudieron lograr la certificación de orgánicos. Son productos que no se venden en el supermercado. Ese es un poco el estilo de lo que ofrecemos en Alimentos Cooperativos”.
La mayoría, sin embargo, sí son de cooperativas, porque para quienes integran la red resulta clave rescatar la identidad cooperativa. Lo explica Varela: “Es una figura que muchas veces se quiere equiparar con lo marginal, pero nada tiene que ver con eso. Sí se relaciona con otra forma de producir, otra forma de consumir, otra forma de comercializar, otra forma de trabajar: eso es, para nosotros, ser cooperativista”.
La organización
Gestionar una cooperativa –señalan desde Alimentando– tiene similares complicaciones y responsabilidades a la administración de una empresa, aunque sí se suman algunas cuestiones vinculadas con la autogestión. “Pero no significa que no haya estructura”, precisa Miguela. “Existe el consejo de administración, la sindicatura, la asamblea, las reuniones, las actas. Hay un conjunto de herramientas que ordenan la participación. No es que todo se define en asamblea: si no, no sería posible. Todos tenemos claro que quien preside la cooperativa es la asamblea, que se forma por todos los socios reunidos una vez al año, y que ese grupo de socios elige un consejo de administración que se encarga de gobernar. Y que hay un síndico que controla a ese consejo en nombre de los socios”.
“Sin jefes, haciéndose cargo del propio trabajo. Es una experiencia interesante”, agrega. “Aunque parezca lo contrario, no estamos acostumbrados a trabajar sin que nos den indicaciones. Es un aprendizaje. Siempre decimos que la autogestión es un músculo: si no lo ejercitás, se debilita. Es un gran desafío para encarar cosas nuevas, para sumar seguridad en uno mismo y para bancarse el efecto de las decisiones colectivas: nos equivocamos todos o no se equivoca nadie. Y la responsabilidad es de todos. Pasamos etapas de mucho desorden y otras de más profesionalización. Ahí vamos. Entre lo mejor que tiene la organización cooperativa está el hecho de que el poder transformador del trabajo no lo da cualquier institución: es a lo que más horas le dedicamos en nuestra vida. Y si transformamos nuestro entorno laboral, entonces nos cambia la vida. Las cooperativas son sociedades económicas, pero la centralidad no está en el capital, sino en las personas. Y no importa si pusimos más o menos plata o le salimos más caros al dueño”.
Sobre la etapa histórica
Dicen desde Alimentando que, dado el actual momento de la Argentina, muchos piensan “ustedes van a vender barato y nos van a salvar”, cuando en realidad están entre los eslabones más débiles de la cadena, casi sin acceso al crédito, a la tecnología, a los mercados, a los medios de comunicación, con productores con insumos dolarizados, poca escala y alquilando la tierra. “¿Qué esperamos para esta etapa? Lo peor”, dice Miguela. “Nuestro sector tiene una alianza muy grande con el Estado: creemos que tiene que ser así. De un Estado que no reconoce a las cooperativas como aliados no podemos esperar mucho, aunque la verdad es que ningún gobierno nos tuvo en el centro de sus políticas”.
“Igual –aclara– en este contexto incierto las oportunidades pueden pasar por fortalecer los canales comerciales autónomos, aprovechar la capacidad instalada que tienen muchas cooperativas para producir, ver dónde se ubican esos productos, aprovechar mejor el hecho de que tanta gente esté buscando mejores formas de alimentarse. Porque, como dice uno de los siete principios cooperativos, una de nuestras funciones es velar por el bienestar de la comunidad. Y eso también nos diferencia de una pyme tradicional, que tal vez está pensando en vender muchos colchones. Nosotros tenemos una mirada económica, pero a la vez una mirada social. No nos da igual quién gobierne, ni lo que pase con las políticas sociales. Trataremos de sobrellevar el contexto económico lo mejor que podamos, sin dejar de dar el debate que nuestras organizaciones tienen que aportar en la producción soberana de alimentos. Hay que poner en discusión quiénes producen, dónde están y a dónde va la plata cada vez que compramos un alimento”.
¿Bolsón sí o bolsón no?
“El bolsón me estresa” se escucha de parte de muchos vecinos y vecinas a los que, además de todas las piruetas que deben hacer frente a tantas horas de trabajo, actividades de cuidado y autocuidado, trámites y tareas domésticas se les exige además que compren ecológico y cocinen casero.
“Así como a nosotros se nos pide que tengamos envases reciclables y productos orgánicos, nuestro sector peca muchas veces de exigirle al consumidor que compre el bolsón, traiga su propia bolsa y venga en bici en el horario limitado que le ofrecemos. Hay que cortarla con eso. Tenemos que pensar la comercialización de la forma más accesible para todo el mundo, porque si no nos van a terminar comprando las cuatro personas que tienen tiempo libre, ganan bien y les encanta dedicarle ocho horas al bolsón”, reflexiona Miguela.
Y concluye: “Los que tenemos conciencia de que queremos comer distinto lo tenemos que hacer de la manera que podamos, sin meternos tanta presión. Pensemos en cómo nos organizamos para transformar la sociedad, no en cómo la transformamos nosotros mismos como una hormiguita, cada uno con su consumo. Si no, creemos que porque no usamos la bolsa de nylon estamos cuidando el planeta. Y es mentira, porque le compramos la bolsa de friselina a Coto. Me parece que hay que buscarle la vuelta política y pensar las cosas de un modo más transformador: y eso se hace con organización”.
Alimentos Cooperativos posee cuatro sucursales en Capital Federal: en Villa Devoto (Mercado de la Agricultura Familiar Campesina – Habana 3277), Villa Urquiza (La Pampa 4801 -esquina Combatiente de Malvinas), Palermo (Mercado Solidario de Bonpland – Puesto Central – Bonpland 1660) y en el microcentro (Moreno 945).