Alvear, un barrio impregnado de las fragancias y los colores intensos del Parque Avellaneda

Un saludable paseo por senderos que bordean edificios históricos y jardines, en la zona oeste de la Ciudad, a pocas cuadras hacia el sur de la avenida Rivadavia.

Por Cristian Sirouyan

El impactante paisaje natural del Parque Avellaneda, desplegado en el extremo norte del barrio que lleva su nombre, tiene continuidad -en entregas más acotadas aunque igualmente reparadoras para la mente y el cuerpo- del otro lado de Directorio.

El Barrio Obrero Marcelo T. de Alvear, prolijamente planificado en tres etapas entre las trazas rectas de esa avenida, Lacarra, Juan Bautista Alberdi y Olivera, parece ofrecer una invitación permanente a los forasteros, pero especialmente dirigida a vecinos de otras zonas resignados a vivir desprovistos de bocanadas de aire puro y perfumes naturales.

Parte de los cimientos del barrio fueron asentados donde la familia Olivera estableció el palacio Villa Ambato en 1828, un punto luminoso en el descampado de la quinta Los Nogales. Mucho antes de que pusiera pie en la zona esa familia de la alta sociedad porteña e incluso de la llegada del conquistador Pedro de Mendoza a la orilla occidental del Río de la Plata, estas tierras bajas eran frecuentadas por los originarios pobladores querandíes.

Barrio Alvear

Actualmente, ya definitivamente transformado ese paisaje inhóspito, para alcanzar los portales de entrada a los edificios es necesario recorrer un tramo de senderos, que despegan de cara al movimiento intenso de vehículos que se registra en los límites. De a poco, los caminos mutan en pasillos que se internan en anchas franjas de terrenos parquizados, bordean las simétricas parcelas de los jardines, farolas y bancos y se pierden entre la arboleda y compactos cercos de ligustrina.

Los habitantes van y vienen sin precipitarse, al ritmo sosegado que sugiere este pequeño oasis urbano, donde la vida familiar y social transcurre sin tensiones a los dos lados de los postigones abiertos y las ventanas decoradas con macetas desbordadas de flores.

Un par de pasos y el ojo atento son suficientes para descubrir las razones que explican la firme postura adoptada en 2008 por un grupo de pobladores locales para poner freno al proyecto del Gobierno porteño de arrancarles una porción del espacio verde -frente a Olivera, entre Directorio y Rodó- para crear en Alvear un centro de Salud Mental.

Esa arremetida oficial, rechazada por la iniciativa popular, amenazaba con pasar por alto la puesta en valor de la zona bajo las pautas conservacionistas que corresponden al barrio, catalogado como “Área de Protección Histórica” (APH) 45.

Es que los orígenes y el desarrollo de este conjunto de 150 viviendas que forma parte de la Comuna 9 están directamente vinculados con la historia fuerte del tercer pulmón verde de la Ciudad, el extenso campo de tierras bajas donde las Hermanas de la Santa Caridad instalaron un asilo para niñas huérfanas en 1727 y, más cerca en el tiempo, la aristocrática familia Olivera administró un tambo -que proveía leche recién ordeñada a los chacareros del paraje San José de Flores-, que funcionaba cerca del casco de su estancia.

Barrio Alvear

Sin necesidad de portar la mirada experta de un arquitecto o un urbanista, en el barrio Marcelo T. de Alvear es posible detectar a simple vista tres modalidades diferentes de casas construidas por el Estado para mejorar las condiciones habitacionales de la clase trabajadora.
Mientras en el sector I, inaugurado en 1927, la Comisión Nacional de Casas Baratas levantó chalés unifamiliares de estilo Tudor, refugios de las familias más acomodadas, con ladrillo a la vista y techos recubiertos de tejas rojas, Alvear II exhibe desde 1939 una serie de sólidos pabellones de hasta tres pisos.

La última edificación responde a la tradicional concepción peronista de las viviendas populares, una suerte de “ciudad jardín” conformada por tres áreas de monobloques, que se levantan en medio de una serena atmósfera de espacios verdes y veredas interiores. La obra de Alvear III, habilitada en 1952, es uno de los frutos mejor conservados del Segundo Plan Quinquenal del entonces presidente Juan Perón, una ambiciosa iniciativa que ordenaba al Banco Hipotecario facilitar préstamos para la construcción en forma individual o a través de cooperativas.

A más de medio siglo de la época fundacional, todo aquí debe ser preservado según la concepción original, una disposición que abarca el color de las paredes exteriores. La posibilidad de que prospere cualquier intento de reforma está supeditada a un permiso especial que la habilite.

Para evitar malentendidos y picardías, los propios vecinos se mantienen alertas, con la idea de compartir el espacio público -donde algunos carteles advierten “Prohibido circular en motos y con animales sueltos”- sin tensiones con sus pares y sus huéspedes.

Imperdible

El recorrido del Barrio Obrero Marcelo T. de Alvear puede sumarse a la visita al Parque Avellaneda, un resguardo de especies vegetales y aves cuyas 30 hectáreas formaban parte durante el siglo XIX del establecimiento rural de la familia Olivera.

Casona de los Olivera

El paseo público fue inaugurado en marzo de 1914 como Parque Domingo Olivera y renombrado Nicolás Avellaneda ocho meses después. De la histórica Chacra de los Remedios, a la par de centenarios ejemplares de ceibo, ombú, araucaria, palmera, eucalipto, casuarina, jacarandá, lapacho, tipa y cedro, queda en pie la Casona de los Olivera, recuperada como sala de expresiones artísticas.

Las propuestas culturales también tienen lugar alrededor de las instalaciones del tambo que funcionó a partir de 1927 y ahora alberga el Centro de Artes Escénicas. El valor patrimonial del Parque Avellaneda tiene otras piezas esenciales en las decenas de esculturas en madera y mármol exhibidas junto a los senderos, glorietas y bancos, el natatorio -inaugurado en 1925 al estilo de los baños termales de la Antigua Roma- y las vías y la estación del legendario Tren de las Alegría.

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