Barrio Segurola, un laberinto de callecitas para andar bajo la sombra y admirar casas y jardines de otros tiempos

Un paseo por un encantador conjunto de pasajes que recorren de una a tres cuadras, en medio de un conjunto de robustas viviendas populares levantadas un siglo atrás en siete minúsculas manzanas en el barrio de Floresta.

Por Cristian Sirouyan

La ciudad salpicada de microbarrios reserva un manojo de pasillos trazados simétricamente entre las parcelas más amplias de Monte Castro, Floresta, Vélez Sarsfield y Villa Santa Rita, uno de esos lugares infrecuentes para deambular sin rumbo fijo, casi sin detectar que, al mismo tiempo, una calma pueblerina se ocupa de relajar el cuerpo y la mente.

El conjunto de casas uniformes del complejo Segurola marca un detalle disruptivo con su entorno, aunque ese contraste no surge de manera abrupta. También alrededor se imponen las casas bajas decoradas con jardines y terrazas a poca altura.

Sin embargo, el diseño de Segurola -parte de la ambiciosa obra de vivendas económicas planeada y concretada en las primeras décadas del siglo XX- sobresale con sus propias marcas distintivas: construcciones de dos pisos levantadas en forma rigurosamente simétrica y de a pares en manzanas reducidas por el recorte de pasajes de entre 100 y 300 metros de largo.

Quedan algunos techos rematados por tejados rojos, fachadas que alternan diseños clásicos, barrocos y medievales, celosías y balcones enrejados que sostienen maceteros y, eventualmente, banderas blanquinegras desplegadas para marcar territorio. Aquí, a un par de cuadras del estadio de All Boys -avisan los vecinos a todo aquél que transita la zona distraído- late con fuerza la pasión por el Albo.

A esta altura, estas “mil casitas” destinadas a esforzados trabajadores de bajos recursos cuando empezaron a poblarse en 1931 se perciben como un sueño más posible para eventuales propietarios de ingresos altos.

Pero hay señales de la identidad local que habían aflorado en esa época fundacional y hoy se resisten a sucumbir ante el paso de las décadas. Vecinos empujados por un decidido espíritu solidario se encolumnan en la iniciativa autogestiva El Banderín.

Esa organización encabezada por artistas independientes suele ser el faro convocante para proponer acciones que redunden en el beneficio de todos, ejercitar la memoria colectiva o reclamar medidas por una mejor calidad de vida a los funcionarios de turno.

El paseo por el barrio Segurola desemboca indefectiblemente en las parcelas en remodelación de la plaza Ciudad de Udine, creada como un homenaje a los inmigrantes friulianos llegados al país a fines del siglo XIX y rebautizada “Banderín” por el sentimiento popular.

Los trabajos de recuperación contemplan el deterioro del anfiteatro, la pérgola, una pista para patinar y un sector de juegos infantiles, entre otros sectores. Pero nada parece convocar más a los pobladores de la zona el cuidado de los murales que ponen en valor el espíritu solidario legado por las tres jóvenes víctimas de la Masacre de Floresta, la función social clave de la educación pública y el amor incondicional por los colores de All Boys.

En ese espacio verde que de a poco recobra su mejor tonalidad, así como en la amplia diversidad de actividades gratuitas que se depliegan en el Polideportivo Gregorio Pomar -en Mercedes al 1300-, el barrio parece honrar sin gestos grandilocuentes la figura pionera de Saturnino del Corazón de Jesús Segurola y Lezica.

El nombre más fuerte que resuena por estos pagos refiere al audaz sacerdote, filósofo y teólogo que decidió hacer frente a la epidemia de viruela disparada en 1804 aplicando la vacuna antivariólica a los habitantes de Buenos Aires en forma gratuita. En esa cruzada lo acompañó el médico Cosme Argerich, otro argentino que dejó una huella indeleble.

La conmovedora tarea social emprendida por Segurola se extendió por 16 años, pero para tomar real dimensión de su significado conviene sumergirse por un rato en el barrio donde mejor se lo recuerda -desde alguna callecita desprendida de Juan Agustín García, Segurola, Chivilcoy o César Díaz- y disponerse a escuchar sus voces.

Imperdible

Con sólo caminar tres cuadras desde el barrio Segurola hacia el norte, en dirección a Villa Devoto, el visitante tiene la posiblidad de recorrer la infinidad de negocios alineados a lo largo de la avenida Álvarez Jonte, un corredor comercial que no llega a diluir el característico ritmo desacelerado y distendido del barrio.

En esa franja de quince cuadras desde Joaquín V. González hasta Yrigoyen se alternan tiendas de ropa -de marcas reconocidas y de las otras-, locales gastronómicos y de decoración, librerías, ventas de electrodomésticos, bancos, joyerías, casas de deportes, salones de belleza y otros rubros.

Pizzería El Fortín

Un buen cierre del paseo a pie lo puede brindar la pizzería y “Sitio de interés cultural” El Fortín, en la esquina de Álvarez Jonte y Lope de Vega (pleno corazón de Monte Castro). Se trata de un bastión de la pizza de anchoas, la clásica variedad napolitana y la fugazzetta, desde su fundación en 1962.

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