Cuatro manzanas, un puñado de casas bajas y una plaza mantienen encendida la historia fuerte de este singular barrio porteño.
Por Cristian Sirouyan
Apenas dos calles partidas al medio por una plaza y cruzadas en una X perfecta, cuatro manzanas trazadas en forma de trapecio y murales que expresan la identidad del barrio marcan el pulso de Butteler, un minúsculo rincón porteño metido como cuña entre los límites de Parque Chacabuco y Boedo.
El corazón del barrio asoma desde los claros abiertos en las cuatro esquinas de la frontera exterior, encuadrada por las calles Zelarrayán y Senillosa y las avenidas La Plata y Cobo. Por cualquiera de esas sugerentes antesalas avanza la calle Butteler y su extraño dibujo en “equis” recortado por la plaza central.
Más allá de este conjunto de casas bajas y “baratas” -al menos según su concepción original-, Butteler es reconocido como un resistente bastión de la hinchada de San Lorenzo, punto de partida clave de jornadas de gloria azulgrana o de reclamo a viva voz por el regreso a los dominios del Viejo Gasómetro.
Butteler y la pasión por el “Ciclón” son dos piezas encastradas desde el primer momento, cuando, a pocas cuadras de aquí, el sacerdote salesiano Lorenzo Massa reunió a un grupo de chicos que disfrutaban de disputados desafíos de fútbol en la calle para poner los cimientos del club, en 1908.
Otra figura pionera -identificada con la clase más comodada de la sociedad de la época- hizo también su aporte para crear en la zona un espacio de contención y encuentro social. En 1907, Azucena Butteler, integrante de la sociedad filantrópica Protectora del Obrero donó el terreno para que el Estado se ocupara de construir el barrio que llevaría su nombre, según los lineamientos de la Ley de viviendas económicas impulsada por el ex diputado nacional y gobernador bonaerense Ignacio Irigoyen.
El acto organizado para la colocación de la piedra fundamental fue apadrinado por el entonces presidente José Figueroa Alcorta y contó con la presencia de personalidades como el paisajista Carlos Thays, el abogado y diplomático Carlos Saavedra Lamas -más tarde distinguido como canciller y Premio Nobel de la Paz- y el senador Alfredo Palacios.
El homenaje al gesto solidario de la benefactora se extiende desde la denominación del barrio y la única arteria que lo atraviesa hasta la plaza, aunque el paseo público con arenero y juegos infantiles había sido popularizado como “plaza Escondida” y, en 1972, fue rebautizada “Enrique Santos Discépolo”.
El recordado compositos, autor de obras esenciales del cancionero porteño como “Cambalache”, “Yira yira”, “Cafetín de Buenos Aires” y “Uno” era uno de los visitantes ilustres de Butteler, el silencioso lugar de residencia de uno de sus amigos más entrañables. El propio Carlos Gardel andaba seguido por acá, atraido por el talento del compositor y bandoneonista Rafael Rossi, otro vecino destacado de Butteler, inmortalizado por su tango “Santa Florida”.
En 1959, la plaza ya era el punto de encuentro por excelencia de los simpatizantes de San Lorenzo embanderados como “La gloriosa Butteler”, cuando Hugo del Carril apuntó la cámara a la angosta calle empedrada enmarcada por veredas anchas para filmar su película “Culpable”.
La elección del consagrado cantor popular, actor y director resultó un buen presagio: ese año, San Lorenzó se coronó campeón, de la mano del entrenador José María Barreiro.
La postal más nostálgica del diseño original del barrio -esa de las cadenas extendidas en las cuatro entradas para impedir el ingreso de los vehículos y el tanque de agua instalado en la plaza para abastecer al vecindario- revive en la letra de “Calle Butteler”.
En ese tangazo exquisito, grabado en 1999 por el cantante Carlos Varela, se suceden las imágenes más representativas de la identidad barrial. “Olor a jazmín”, “Discepolín”, “casas bajas”, “refugio discreto del tibio secreto del primer amor”, “cómo noi volver si aquí se quedó mi razón de ser”, “cómo no escuchar a mi corazón, calle Butteler”, “color azulgrana”, “el barrio es historia y también poesía” y “la cita en ochava frente al almacén” son las claves que pone en valor ese homenaje completo, plasmado en la letra escrita por Ernesto Pierro y musicalizada por Saúl Cosentino.
Asimismo, los murales pintados por el Grupo Artístico Boedo sobre las fachadas de las viviendas dejan en claro la pertenencia inquebrantable de los pobladores. La frase “Biblia, calefón y Butteler” sintetiza acabadamente ese sentimiento. A su vez, detalles de fileteado porteño añaden sus colores vivos en el busto levantado para honrar a Discépolo, bancos de la plaza y alrededor de las placas de la numeración de las casas. Butteler, un rincón de otra época, revive en tiempos modernos con el alma teñida de azulgrana, pero siempre abierta a los que quieran descubrir sus secretos.
Imperdible
En Muñiz y Las Casas, a cuatro cuadras de Butteler, el bodegón Pan y Teatro es una suerte de avanzada del campo a la ciudad, donde se impone deleitar el paladar con algunas de sus especialidades cuyanas.
Los dueños de casa, una familia de eximios cocineros mendocinos que pusieron pie aquí en 1988, ganaron fama por el saabor intenso de su cordero a la masa, el pan casero, las pastas preparadas con oliva, brócoli y ajo, exqusiteces a la cacerola como conejo al vino blanco de Mendoza, morrones rellenos, arroz con leche, milanesas y queso del Valle de Uco con dulce de tomate y albahaca.
Los platos regionales al horno de barro abarcan desde tamales, humitas y pastel de papas hasta las empanadas “de la abuela Antonia”. El ritual de la comida en el salón principal es amenizado por las melodías de algún vals de Strauss o una pieza de Piazzolla interpretados por un pianista, en medio de los coloridos matices de una muestra de arte. No menos agradable es el almuerzo o la cena afuera, a la sombra de una glicina o una begonia. Como para completar de la mejor manera la visita al histórico territorio azulgrana.