Construido de cara al río a principios de la década del ’60, a los pies de este conjunto de viviendas diseñadas en torres se despliega un amplio abanico de senderos, veredas, jardines y parques, que sugieren un paseo entre el vecindario, espacios culturales y sitios históricos.
Por Cristian Sirouyan
La irresistible atracción de La Boca se apropia de los folletos turísticos, las más coloridas imágenes difundidas en las redes sociales y la televisión, los mejores recuerdos de los turistas después de visitar Buenos Aires. Caminito, el Puente del Trasbordador, La Bombonera, las últimas cantinas que resisten y el Museo de Quinquela Martín sobresalen en esas miradas cargadas de nostalgia y alabanzas.
Se van más que satisfechos. Sin embargo, muchas veces pasan por alto Catalinas Sur, el mejor portal de entrada al barrio, un rincón menos vistoso donde también se respira el espíritu tanguero de arrabal, la impronta de la inmigración europea y el inquebrantable sentimiento de pertenencia al Sur de la Ciudad y el puerto.
El barrio de los 28 edificios fue levantado entre 1962 y 1965 en las once manzanas delimitadas por Necochea, 20 de septiembre, ministro Brin, Blanes, Caboto, Gualeguay, D’Espósito, Pi y Margall, las vías del Ferrocarril Roca y la avenida Pedro de Mendoza, desdibujada y envuelta en penumbras por la traza de la Autopista a La Plata.
El complejo fue adquiriendo sus líneas simétricas junto a la gastada mole del frigorífico Pampa, para pasar a ser una imagen inevitable captada por los viajeros que se acercaban a la Dársena Sur para cruzar el charco en barco hasta Uruguay.
Esa postal de gigantes inmóviles, plantados como vigías intimidantes desde su concepción como Barrio Alfredo Palacios -un nombre de peso, para homenajear al primer diputado socialista que ganó una banca en el Congreso Nacional-, no transmitía mucho más para la gente de paso, que les dispensaba apenas una mirada fugaz antes de seguir su camino.
A fines del siglo XX, la reconversión de Puerto Madero en un circuito posible para ser desandado por los turistas llevó a los visitantes más adelantados que apuntaban hacia los atractivos de La Boca a detenerse en algunos de los accesos a Catalinas Sur. Es que, del otro lado, a los pies del grueso manojo de torres de hormigón, los ojos más sagaces empezaban a descubrir un entramado de senderos peatonales, veredas, jardines perfumados por aromas naturales y parques abrigados por ejemplares de jacarandá y palo borracho.
Aquella primera aproximación a ese pequeño oasis habitado por unas 10 mil personas fue una señal. Hoy, el espacio público de Catalinas Sur preserva como su pieza mejor cotizada una agradable atmósfera familiar que los vecinos comparten con huéspedes de paso.
Los anfitriones son los guías más idóneos para señalarles el rumbo hacia la iglesia Nuestra Señora Madre de los Inmigrantes -indiscutible orgullo local, donde resaltan el brillo multicolor de sus vitrales, la escultura bajorrelieve “Cristo inmigrante” y un mural que recrea el esplendor del puerto fijado sobre la fachada-, la plaza Maestro Quinquela, la impactante obra “Caballo chúcaro” creada por el pintor callejero madrileño Sabek, el Paseo de los Rusos, la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos y el Quincho de Catalinas, sede de la Asociación Vecinal Catalinas Sur, el lugar indicado para conocer parte de las más genuinas expresiones de la cultura y la historia de Catalinas Sur.
Un lugar especial en la identidad del barrio ocupa la plaza Islas Malvinas, a cuyo anfiteatro fueron convocados los vecinos el 9 de julio de 1983 para asistir a la presentación en público del Grupo de Teatro Catalinas Sur, un modelo de teatro comunitario creado a la sombra de la Dictadura por Adhemar Bianchi.
Cuarenta años después de esa gesta audaz que contó con el apoyo clave de la Mutual de Padres de la Escuela Carlos Della Penna, el director uruguayo -hoy secundado por su hija Ximena- ocupa el sitial de prócer de la cultura barrial y su iniciativa se mantiene vigente con las obras y talleres que animan 500 artistas y estudiantes en El Galpón de Catalinas, otro lugar de pertenencia insoslayable, definitivamente metido en el alma del barrio, en Benito Pérez Galdós y Gaboto.
En este bastión forjado a puro esfuerzo, un numeroso elenco de actores, titiriteros, artistas plásticos y músicos se propone convierten cada función en una fiesta, con el único propósito de instalar Catalinas Sur en el mapa y en el corazón de los visitantes.
Imperdible
En Caffarena 64, frente a La Usina del Arte, a dos cuadras y media de Catalinas Sur, el bodegón El Obrero atrae desde hace 69 años con su exquisita combinación de menú criollo con especialidades españolas e italianas. Este comedor popular surgió en 1954 como una sencilla fonda, instalada en esta zona portuaria por el inmigrante asturiano Marcelino Castro, a la que concurrían, mayoritariamente, los trabajadores del puerto y los empleados de “la Ítalo”, la Compañía Ítalo Argentina de Electricidad.
Actualmente dirigida por Silvia Catro, la hija del pionero español, El Obrero mantiene su vigencia, a fuerza de sus antiguas recetas familiares -en especial, la tortilla de Asturias-, las rabas, corvinas a la vasca, caseritos con albahaca, bife de chorizo, pastas, pavé de vainilla, puchero, mariscos, milanesa y budín de pan.
A toda hora, el lugar suele llenarse de comensales, una multitud de clientes entre los que se mezclan estibadores con operarios, oficinistas, turistas y celebridades de todo el mundo, familias y grupos de amigos.