Cuna española para el teatro nacional

Magnífico edificio situado en Córdoba y Libertad de nuestra ciudad y auténtica ave fénix de la cultura teatral argentina. Desde su inauguración, en 1921, el Teatro Cervantes una y otra vez se levantó de sus ruinas atravesando una bancarrota, un incendio, el abandono presupuestario y hasta una pandemia. 
Por Pablo Sáez

¡Qué tristeza la de María Guerrero cuando Fernando Díaz de Mendoza, su marido, le confirmó la noticia! Pocos años después de su inauguración, las deudas eran ya impagables y crecían día a día. No había otra solución que vender el teatro en subasta pública al mejor postor. Lo habían soñado juntos. La idea fue creciendo desde 1897 cuando en cada gira por la Argentina las funciones en el Teatro Odeón, de Corrientes y Esmeralda, eran gloriosas. El teatro español, del que hace años eran embajadores con su compañía en exitosas giras por Latinoamérica, Francia, Bélgica e Italia, merecía tener un espacio propio en esa ciudad de Argentina, uno de los países más ricos e importantes del mundo a principios del siglo XX.

Amor por el teatro

Los dos, de familias acomodadas: los padres de María, clase media alta, pero amantes de las artes; desde niña la impulsaron a desarrollar su talento, y estudió declamación con una gran maestra. Muy joven ya estaba trabajando en las tablas. Él, miembro de la nobleza, también fue seducido de joven por el teatro, al que se entregó totalmente. En España, nación teatrera, dedicarse a la escena era casi un honor. María y Fernando se conocieron actuando juntos. Se casaron y juntos renovaron la escena española. Fernando, como gran director que cuidaba todos los detalles de la escenografía, vestuario y utilería; María, como admirable intérprete, para la que los mejores autores escribían sus obras. Juntos propusieron un hecho insólito para ese tiempo: apagar las luces de la sala y dejar sólo las de la escena. Ya no era ir al teatro para ver a otros y ser vistos, lo importante era la obra, la representación.

Para la gloria de España

Cuando nació el proyecto el mismo rey Alfonso XIII decretó que todo buque español que llegara al Río de la Plata debía llevar en sus bodegas la materia que María y Fernando necesitaban para el Teatro Cervantes, la joya arquitectónica que estaban construyendo. Diez ciudades de España contribuyeron con materiales: azulejos y damascos de Valencia, losetas rojas para los pisos de Tarragona, butacas y bargueños de Sevilla, pinturas para los frescos de los techos de Barcelona y cortinados, tapices y telón de boca de Madrid. Si hasta había un escudo de la Ciudad de Buenos Aires bordado en seda y oro.  La obra había comenzado en 1918 y la dirigieron los arquitectos Fernando Aranda Arias y Emilio Repetto. El estilo es renacimiento español con detalles y columnas neo platerescas, símbolo de la arquitectura del siglo XVI. La fachada emula al Colegio Mayor de San Ildefonso en Alcalá de Henares, conocido como la Universidad de Alcalá. Trabajaron 700 operarios y la obra se demoró tres años bajo la supervisión directa de María Guerrero. Ella estreno la sala principal en el papel estelar de La dama boba de Lope de Vega.

Pero ahora había que despedirse de la ilusión. La crisis mundial mostraba sus primeros signos y los castigaba. Las malas lenguas culpaban a Fernando por haber sido un mal administrador. “Que dirija obras o que actúe en las comedias que eso lo hace bien”, decían los corillos. Pero María confiaba en él y la pasión que los unía.

Un gran autor y gestor cultural salva el teatro  

Entre los amigos más cercanos de María y Fernando estaba Enrique García Velloso, uno de los próceres –hoy algo desconocidos– de nuestra cultura teatral. Autor de más de ciento veinte obras en todos los géneros, director de teatro y de cine –su Amalia fue la primera película de ficción en el país–, profesor en escuelas de arte dramático e impulsor de sociedad de autores –Argentores– y de la Casa del Teatro para atender a los viejos comediantes. Su relación con Marcelo T. de Alvear, que ya en 1924 había creado por decreto el Conservatorio Nacional de Música y Declamación, hizo que en 1926 el Teatro Cervantes, a punto de ser comprado para otros usos, pasara a manos del Estado y que en 1933 se creara el Teatro Nacional de la Comedia con sede allí.  Poco tiempo después fue designado un reconocido actor y director, Antonio Cunill Cabanellas, para la organización y dirección de la Comedia. Trabajó para elevar el nivel de las puestas y creó talleres de escenografía, vestuario y escenotecnia. Otro hito importantísimo fue la creación de una Comisión de Lectura integrada por figuras del nivel de José González Castillo, Enrique García Velloso, Leopoldo Marechal y el mismo Cunill, entre otros, quienes impulsaron el trabajo sobre una dramaturgia nacional. El debut de la Comedia fue en 1936 con un éxito: Locos de verano de Gregorio de Laferrere.  Por la dirección del Teatro Cervantes pasaron nombres como Armando Discépolo, Elías Alippi, Enrique de Rosas y Osvaldo Dragún.

Sala en llamas

En 1961 un gran incendio destruyó el escenario y parte del edificio. Siete años demoró su reapertura y fue el prestigioso estudio de Mario Roberto Álvarez el encargado de su recuperación. Los trabajos se desarrollaron en una superficie de más de diez mil metros cuadrados e incluyeron la construcción de un edificio sobre la avenida Córdoba en un solo block de 17 pisos en el que quedaron incorporados el nuevo escenario de mayores dimensiones y altura que el original, fosos, parrillas, talleres, salas de ensayo, camarines, depósitos y oficinas para la administración. Fue totalmente reconstruido el telón de boca en base a fotografías y restos recuperados de entre los escombros de la sala. Siete años estuvo cerrado y en obras hasta su reapertura en 1968.

Por un teatro argentino

Desde entonces, las temporadas tienen una producción teatral heterogénea.  La programación privilegia a los autores nacionales, pero incluye obras del repertorio universal. Atravesó períodos de desfinanciación y la lucha por su presupuesto y autarquía es una constante. Franqueó la pandemia con producciones virtuales que nutrieron un interesante canal en YouTube: Cervantes online. Hoy cuenta con tres salas: la María Guerrero para 860 espectadores, clásica, a la italiana con latea, palcos, tertulia y paraíso; la Orestes Caviglia, para 165 y la Luisa Vehil, para 67. Allí funciona el Instituto Nacional de Estudios de Teatro, un archivo, un museo y una biblioteca. Su dirección está a cargo hoy del prestigioso dramaturgo Gonzalo Demaría quien defiende la función de esta institución como impulsora del teatro nacional. Las programaciones en sala también se extienden a producciones federales para las que ya hay concurso este año.

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