De cuando el teatro se vuelve ceremonia

En Rodney Bar, ubicado en Rodney 400 (esquina Jorge Newbery), todos los sábados y domingos a las 19 y los martes a las 20 se presenta De la mejor manera, con dirección y dramaturgia de Federico Liss, David Rubinstein y Jorge Eiro. Entradas por Alternativa Teatral.
Por Pablo Sáez

En el mítico Rodney Bar de Chacarita, una rockería de los 90 por donde anduvieron Charly García y Pappo, entre otros, desde hace tres años, todos los fines de semana se repite la ceremonia. No es fácil conseguir localidades, hay que reservar con tiempo. Unas treinta personas dentro se disponen mirando los ventanales que dan a la calle, dejando un espacio y unas mesas vacías al frente. Se las deja solas y saborean unos minutos un silencio denso, atravesado por los ruidos del afuera. Y sorpresivamente llegan ellos, zambullen al público en una ficción que crece hasta generar esa hiperrealidad que el buen teatro crea, como dice Pompeyo Audivert, y disputa espacio a lo cotidiano. Detrás, el paredón del Cementerio de la Chacarita, cartoneros y vecinos que pasan, voces, motores y bocinas. Son dos hermanos de unos cuarenta años, de origen dudoso, que a veces desprenden una energía hasta animal, repleta de tensión, que crece, se aquieta y vuelve a crecer. El público pierde la noción de ficción y realidad. Todo es inquietante, conmovedor, tierno y despiadado. Sólo el estruendoso aplauso final, luego de una pausa profunda, cierra el extraño ritual. Y dan ganas de volver, una y otra vez.

Actuan Federico Liss y David Rubinstein, dos tremendos actores que despliegan una energía escénica sorprendente. Compartió con ellos autoría y dirección Jorge Eiro, que cuida la escena desde el inicio.

Esta obra, ya una pieza de culto entre los entendedores del teatro porteño, nació como una investigación de “site specific” –proceso de creación donde el espacio condiciona y dialoga con la obra de arte– en un festival en Vicente López. Su primer bar fue el Santa Paula. En Buenos Aires anduvo por bares notables como El Banderín de Almagro y El Progreso de Barracas. También hizo giras por bares del interior. En el Rodney encontró el lugar perfecto para profundizar la indagación poética de objetos y situaciones que van desde la calle, la barra, una mesa, la cocina, con una mirada cinematográfica. Los personajes están vivos y lloran a un padre muerto para el que preparan su velorio. Todo tal vez una gigantesca excusa para interrogar con energía y sinceridad el fabuloso misterio del teatro.

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