El Palacio de Aguas Corrientes ocupa toda una manzana entre Córdoba, Viamonte, Ayacucho y Riobamba. Hoy, llamado Museo del Agua y la Historia Sanitaria, es considerado uno de los edificios patrimoniales más importantes de Buenos Aires. Su historia condensa las contradicciones y sueños de una elite que transformó para siempre nuestra ciudad.
Por Pablo Sáez
El lujoso edificio y la espectacular fachada con cerámicas multicolores oculta una gigantesca estructura de hierro: los tanques distribuidores de agua más grandes construidos hasta entonces, con la misión de terminar para siempre con el problema del agua pura en nuestra ciudad, que crecía vertiginosamente a fines del siglo XIX.
“Agua fresca y pura, ¡cuánto rinde y dura!”; “Agüita fresca traigo del río para que tomen todos los días. ¡Aguatero! ¡Agua, agüita, para las damas bonitas!”.
El pregón de los aguateros era un canto esperado por los vecinos de la Gran Aldea que fue Buenos Aires. La provisión de agua potable no era cosa sencilla: solo las familias acomodadas tenían su aljibe en el patio interior, que almacenaba agua de lluvia que luego se extraía con balde. El resto de la población dependía de los aguateros, que entraban con sus carros al Río de la Plata para llenar los tanques con los que vendían el agua a los vecinos. Los desagües tampoco estaban resueltos: el baño doméstico era una letrina en el fondo de las viviendas y las aguas servidas a veces terminaban en malolientes zanjones o en lagunas por los barrios. El saneamiento público era promesa de campaña de cada nuevo gobierno.
Obra pública urgente
En 1868, y a causa de la epidemia de cólera que en el año anterior se produjo en Buenos Aires, con más de 1600 muertos, se realizaron obras para provisión de agua potable bajo la dirección del ingeniero inglés Juan Coghlan. Estaban en el bajo de la Recoleta, al lado del hoy Museo Nacional de Bellas Artes. La planta funcionaba con estanques, filtros y máquinas de vapor que bombeaban el agua a un reducido sector de la población. Tres años después se sumó a este servicio un elevado tanque distribuidor en la Plaza Lorea, construido en hierro con 43 metros de altura y 1000 metros cúbicos de agua. Pero la epidemia de fiebre amarilla en 1871 fue determinante: murieron 13.614 personas sobre una población de 187.000 habitantes. Pudo haberse evitado con “agua abundante y dotándola de un apropiado sistema de desagües”, como dijo un viajero inglés. Sarmiento es el primero que contrata ingenieros británicos, y Juan Bateman, de la firma empresa Bateman, Parsons & Bateman, comienza obras destinadas a la provisión de agua potable y la instalación de una red de cloacas. La construcción de un gran tanque de distribución por gravitación, en la zona más densamente poblada, en el límite entre Balvanera y Recoleta, era la solución esperada.
Monumento a la higiene pública
Para Sarmiento y los gobiernos que le siguieron, el agua corriente era símbolo de progreso y modernidad. Las elites gozaban del poder que les daba una fabulosa renta diferencial por exportación de materias primas. Fueron efusivas: “No queremos un simple tanque de agua, queremos un monumento a la importancia que da nuestro gobierno a la higiene pública”. Se destinó la mitad del presupuesto de la ciudad a un solo edificio. Las estructuras de hierro se trajeron de Bélgica, con dirección de la referida firma inglesa de Juan Bateman. 180 columnas para sostener cuatro tanques en las esquinas de un patio cuadrado –con techos vidriados para aprovechar la luz solar– que portarían 72 millones de litros de agua. Toda esta gigantesca estructura interna –digno escenario de un film distópico– estaba destinada a ser recubierta por un lujoso palacio que realzara el barrio más coqueto de Buenos Aires con vocación de París: Recoleta.
En 1883 se aprobó el diseño del arquitecto noruego Olaf Boye, realizado en Londres, sobre el cual trabajó el ingeniero sueco Carlos Nystromer, de la Oficina Técnica de Bateman en Buenos Aires. Las trescientas mil piezas de terracota policromada y ladrillos llegaron de Inglaterra, numeradas para ser armadas como un rompecabezas. El estilo se encuadra en el eclecticismo y en el Segundo Imperio francés que abunda en gran ornamentación decorativa. Noventa escudos en lo alto fueron el sello de argentinidad para un proyecto con indudable vocación europea.
Del dicho al hecho
La revista satírica El Mosquito se refería a Bateman como “la sanguijuela que más oro le ha chupado y le sigue chupando a la República”. También fue criticado por excesivo y lujoso, en relación al fin al que estaba destinado el edificio. En 1887 se agotaron los fondos y las obras fueron confiadas a una empresa particular que se haría cargo de la explotación del sistema. La crisis económica de 1890, primer gran “default” de la deuda externa, su ardua renegociación y la quiebra en cadena de parte del sistema bancario, agravaron la situación. En 1891 fue rescindido el contrato: solo se había extendido la red de obras de salubridad a unas 4360 cloacas domiciliarias y tan solo 8000 casas porteñas contaban con servicio de agua corriente sobre un total de 30.000. Una comisión se hizo cargo y en dos años elevó la conexión a 15.000 domicilios, concluyendo la ampliación de la planta de Recoleta, y el monumental depósito de distribución.
Siete años de obra y en 1894 finalmente se inauguró. Funcionó a pleno hasta que aparecieron otros depósitos proveedores en Caballito, Devoto y Barracas. En 1940 el sistema de provisión cambia definitivamente al sistema de ríos subterráneos. Para 1978 el Palacio de Aguas Corrientes queda completamente vacío y en abandono, hasta que en 1996 se crea el museo y el archivo de planos, y funcionan oficinas de atención al público de la empresa Aysa. En el museo existe una gran colección de artefactos sanitarios que despiertan la reflexión sobre actos simples de la vida cotidiana, que están cargados de hazañas silenciosas logradas por la planificación urbana. En 2015 se restaura gran parte del patrimonio arquitectónico y hoy en el predio se desarrolla gran actividad cultural referida al agua, con visitas turísticas, de escuelas y una amplia programación que puede verse en https://www.aysa.com.ar/lobuenodelagua/visitas_al_museo.