Si nadie en la Argentina salió igual después de Catar 2022, para las infancias se trató de una experiencia que las empujó a querer jugar a la pelota como nunca antes. Cómo aprovechar el furor, el incalculable valor de practicar deportes y el impensado “efecto Dibu”.
Por Verónica Ocvirk
“Muchísimas gracias, Capitán”, le dijo a Leo Messi, emocionadísima, la periodista de la TV Pública Sofía Martínez. Fue en Catar y justo después del 3-0 ante Croacia, el partido que nos catapultó a la final del Mundial. “Más allá del resultado, hay algo que no te va a sacar nadie: atravesaste a cada uno de los argentinos”, siguió Martínez. Y después puso el acento en una parte del público muy especial: “No hay nene que no tenga la remera, así sea la original o la trucha. Marcaste la vida de todos y eso es más grande que cualquier Copa del Mundo”.
No hubo forma de salir indemne de esa increíble marea de celebración colectiva que a lo largo de todo diciembre fue in crescendo hasta estallar por los aires el domingo 18. Pero para muchos de los que tienen 5, 6, 7 y hasta 14 años esa Copa despertó además unas renovadas ganas de jugar al fútbol, de ver fútbol, de hablar sobre fútbol, de juntar figuritas de fútbol. Una prueba: en las casas de cotillón del barrio de Once las imágenes de superhéroes comparten ahora vidriera con las estrellas de la Selección. Ni que hablar del paisaje de los clubes, las plazas y las calles donde invariablemente desfilan decenas de “mini Messi” y “mini Dibu”.
En los polideportivos de la Ciudad la demanda de clases de fútbol aumentó con respecto al año pasado alrededor de un 20 por ciento. Y desde los espacios comunitarios que recién están arrancando sus actividades de fútbol refieren que nunca antes tuvieron tantas consultas, todo mientras las “escuelitas” de los grandes clubes directamente se manejan con lista de espera.
“Sí hubo una repercusión: no solo se integraron chicos nuevos que a partir del Mundial se interesaron en este deporte, sino que los que ya venían se incorporaron con otra mentalidad. Es común que luego de las vacaciones se note una pequeña maduración en los chicos, pero a partir de este evento se los nota más interesados, más entusiasmados, con más ganas de aprender. Prestan más atención y hacen los entrenamientos queriendo mejorar”, apunta Florencia Franzoni, entrenadora del Club Comunicaciones, del barrio de Agronomía.
“También tenemos en cuenta que todos quieren ser estrellas, cada uno quedó fascinado por un jugador distinto y elige cuál los representa. Si bien todos queremos ser Messi, otros tuvieron su momento de brillar. Ahora si atajás sos el Dibu, y si lo pateás, Montiel”, continúa y comenta que muchos chicos están aprendiendo además sobre países y banderas.
Lo dicen entrenadoras y entrenadores, médicos y médicas, docentes de todos los niveles y lo grita a coro cada vez que puede la Organización Mundial de la Salud: nuestro actual estilo de vida tan sedentario puede conducir a problemas de sobrepeso, menor duración del sueño y hasta dificultades psicosociales. “Es importante ofrecer a todos los niños y adolescentes oportunidades seguras y equitativas para participar en actividades físicas que sean placenteras, variadas y aptas para su edad y capacidad, y alentarlos a ello”, marca el organismo en uno de sus informes.
Una cancha –dice otro estudio del BID- puede convertirse en un aula donde chicos y chicas aprenden cosas tan importantes como confiar (en ellos mismos y en los demás), trabajar en equipo, colaborar para lograr objetivos comunes y construir sociedad mediante el juego. “Y no se trata de formar jugadores –escribe el magister en políticas públicas y primera infancia Gastón Kelly–. Se trata de formar personas mediante el soft power que tiene el fútbol”.
¿Cómo canalizar la efervescencia?
Violeta y Roque tienen 9 y 8 años, son vecinos en Villa del Parque. Juegan juntos desde que tienen 3 y 2 y nunca antes en sus vidas el fútbol había estado tan presente: no es que hicieron a un lado sus tablets, pero sí “pelotean” constantemente en el pasillo que une sus casas, o de pronto prenden la tele para ver al PSG. “El fútbol me gusta mucho más por haber ganado el Mundial, solo por eso”, sostiene ella. “Ahora juego mejor que antes –reflexiona él–. Me cambió ver que todo el mundo estaba festejando, ¡toda la Argentina! Y casi veo a Messi en el micro”.
“Mi hija Luci es una de las ‘influenciadas’ por el Mundial. Arrancó con las figuritas, después dijo que quería ir a fútbol. Messi, Dibu, el Fideo, Julián son para ella como personajes de una película. Ahora cada vez que juega River está pendiente. Y se vio todo el partido con Panamá”, cuenta desde Belgrano Cecilia. “Vicente, antes del Mundial, cero fútbol –reconoce Carla hablando de su hijo de cuatro años–. Ahora quiere jugar, tiene dos camisetas, el día que ganamos salimos a la calle y decía: ‘Todos están disfrazados de Messi’. Yo veo que los jugadores son para ellos buenos referentes”.
“El tiempo que practicamos en el club es poco”, dispara Héctor Diciocco, entrenador desde 1994 de la escuela de fútbol del Club Pacífico de Villa del Parque. Dice que se nota el entusiasmo, y que postmundial se han sumado a jugar muchas más chicas, algo que sin embargo ya venía sucediendo. Aunque también nota dificultades: “Antes se jugaba en la plaza y en la calle. Y en los clubes solo pagabas una cuota social, que era mínima, y con eso hacías todo lo que querías, pasabas mucho tiempo ahí. Ahora la mayoría de los chicos van al club apenas un rato: practican su deporte y se van. Y pagar la cuota social más el valor de las clases puede llegar a volverse caro”, agrega y señala que en una ciudad explotada de cemento y autos ya casi no queda lugar para jugar. “Con las canchas de las plazas no alcanza –remata–. Y además, a veces pasa que están jugando los chiquitos y vienen otros más grandes y los sacan”.
El “efecto Dibu”
Emiliano Acosta forma parte de la Agrupación Vecinos de La Boca, donde vienen desde hace siete años gestando un espacio gratuito de fútbol recreativo para chicos y chicas de entre 8 y 14 años, que en el último tiempo se desplegó en la canchita de la plaza Almirante Brown. “A partir del Mundial se generaron cosas que no pasaban desde tres décadas atrás: hay una efervescencia increíble. Un detalle: nunca antes había visto tantos chicos con la camiseta de arquero, esta idea de que quien ataja un gol también puede ser un ídolo”, describe.
“Ahora bien –cuestiona–, hay más que nunca un montón de pibes y pibas que quieren jugar al fútbol, pero ¿dónde? Si querés armar algo deportivo enseguida se llena, pero no siempre hay medios. Comprar pelotas, pecheras y redes es difícil. Y nadie tiene tres o cuatro personas preparadas para dar clase. Tampoco hay más potreros, y tiene sentido: el suelo en la Ciudad está tan caro que ya no hay baldíos. Tenés que caer sí o sí en un club y no todo el mundo puede pagarlo”.
Es cierto que los 14 polideportivos de la Ciudad son gratuitos, pero solo hay oferta de clases de fútbol en 9 de las 15 comunas. Y según enfatiza Acosta, más allá de algunas actividades puntuales “el gobierno de la Ciudad no tiene una política de deportes para chicos, chicas y adolescentes”. “Las canchitas de parques y plazas deberían ser de 40×20 metros. Son de 20×15, y ahora les sumaron tableros de básquet. Nadie está en contra del básquet, pero se instala todo en la misma cancha”, observa y aclara que sin embargo “no es solo un tema de espacio”.
“Se trata de promover el deporte. Si hubiéramos salido campeones de volley o handball y eso sacaba a los chicos de estar tanto tiempo con los celulares, buenísimo. Me parece que los padres y madres tenemos que lograr acompañarlos sin presionarlos. A veces parece que por el sacrificio que implica llevarlos a entrenar dos veces por semana y al partido los sábados los pibes tienen que salir buenísimos. Nada que ver: no se trata de que triunfen, sino de que lo disfruten”.
La “Escuelita Deportiva de Villa Pueyrredón” arrancó en 2016 a dar clases gratuitas, mixtas e inclusivas de básquet y fútbol en las canchitas en la plaza Alem, de Artigas y Larsen. Vanesa Coria creó el espacio y asegura que este año la sobrepasó la cantidad de consultas por chicos y chicas que de pronto querían jugar al fútbol. El furor empezó latir a fin del año pasado entre festejos, camisetas y el dato de “atajar era antes un embole, pero a partir ‘del Dibu’ todos querían ir al arco para imitarlo”. Este año están empezando las clases los jueves a las 17 mientras buscan desesperadamente un entrenador o entrenadora que pueda regalarle al proyecto dos horas semanales.
“Para usar la mayoría de las canchas tenés que pagar, y también suceden cosas como que a una parte del Parque Sarmiento la están ahora privatizando”, señala Coria. “Frente a esto ofrecemos una opción deportiva gratuita e inclusiva que entre muchas otras cosas ayuda a que los chicos y chicas puedan tener en el barrio un grupo de amigos aparte de los del colegio”, añade. Y dice que tal vez, cuando las familias van a la plaza a tomar mate, ellos se encuentran y comparten un rato. Mucho mejor si en el medio rueda una pelota.