La casa del poeta

En el barrio de Palermo, existe un espacio sagrado para los que valoran su relación con la memoria y la poesía: la Casa de Evaristo Carriego. Actualmente funciona allí una biblioteca.

Por Pablo Sáez

Luego de estar cerrada desde 2012 hasta 2018 por un juicio a raíz de obras que atentaron contra su patrimonio histórico, la Casa de Evaristo Carriego, ubicada en Honduras 3874 en pleno corazón de Palermo, reabrió en enero de 2022. Funciona allí la Biblioteca Evaristo Carriego, de la Red de Bibliotecas de la Ciudad. La humilde casa ha sufrido severos daños materiales, pero aún conserva fuertes vínculos con el barrio. Fue un fuerte movimiento vecinal que, a través de múltiples acciones y un recurso de amparo, detuvo la piqueta. Una intervención del Gobierno de la Ciudad destruyó nada menos que el altillo, un mágico cuarto al fondo del patio donde el poeta vivió y escribió toda su obra. Pero aún esta casa es potente portal del tiempo para quien sabe escuchar sus fantasmas.

El poeta

Evaristo Carriego nació en Paraná, Entre Ríos, en 1883. Se mudó a los seis años con su familia a la casa de Palermo. Considerado como precursor de los poetas del tango, muy popular por ser el primero en cantarle a los suburbios y su gente, frecuenta la redacción del diario anarquista La Protesta donde en 1903 publica sus primeros poemas. También escribe en La Nación, en La Hora y en Caras y Caretas. Su primer y único libro en vida es Misas herejes, de 1908. Luego de su muerte en 1912, a los veintinueve años, en una rápida agonía de pocas semanas, no se sabe si de tuberculosis o de peritonitis, se publican Poemas Póstumos y La Canción del barrio.

El Palermo de Carriego

En 1930 Jorge Luis Borges le dedica el libro Evaristo Carriego, dándole espacio a su obra en medios académicos. El arroyo Maldonado –hoy entubado y sobre él, la avenida Juan B. Justo– era zona de inundaciones y el barrio de Palermo era entonces un límite para Buenos Aires “de chusma pobre, y burdeles”, decía Borges.

El nombre de la zona proviene de un siciliano, Juan Domínguez Palermo, proveedor de carne de la ciudad por el 1600. Estaba allí el Matadero del Norte, que fue hasta 1870 dieciocho manzanas, entre Anchorena, las Heras, Austria y Beruti. Estaban también la fabulosa quinta de Rosas, en Sarmiento y Libertador, demolida en 1877; la Penitenciaría de 1877, en Coronel Díaz y Las Heras; y el Hospital Rivadavia de 1887.

También un mercado, un corralón municipal, un cementerio. Añade, magistral, Borges: “A los verdaderos peligros del compadraje orillero había que sumar los fantásticos de una mitología forajida: la viuda y el estrafalario chancho de lata, sórdidos como el bajo, fueron las más temidas criaturas de esa religión barrial”. Y sigue contando de fabulosos almacenes como “La primera Luz” y un suburbio peligroso conocido como “Tierra del Fuego”, desde Pueyrredón hasta Scalabrini Ortiz y desde Las Heras hasta Libertador.

Pero el Palermo que atrajo a los Carriego era la promesa de una ciudad que crecía. El tendido de los tranvías que corrían por Las Heras, Santa Fe y su electrificación en 1897 lo confirmaban. Aún la política era cosa de caudillos y, a sus catorce años, en el mercado de la Plaza Güemes, Evaristo conoce por propia voluntad al patrón de la parroquia, Don Nicanor Paredes. Por él descubre el malevaje que lo acompaña y la gente brava del barrio. Fueron sus temas más visitados hechos de patios de vecindad, los bailes, los organitos de esquina, los velorios, las costureritas y sus malos pasos y sus muertes trágicas por tisis. La poesía de Carriego es irregular, pero alcanza registros notables. Oscila entre las pretensiones del modernismo y el justo verso de la milonga.

La casa

“Casa chorizo” es como se conoce en Argentina a la tipología que corresponde a la casa de los Carriego. Es una edificación presente también en Uruguay, Paraguay y Chile. A partir de un aumento demográfico hubo necesidad de condensar el tejido urbano. Las manzanas coloniales de unos 125 metros se subdividieron en parcelas de casi 9 metros, para tener más terrenos en loteo. Este tipo de construcción fue habitual entre 1880 y 1930, y a la que accedieron oleadas de inmigrantes europeos, mayoritariamente italianos y españoles, de clase media urbana. Muchos dedicados al comercio rápidamente accedieron a la vivienda individual como inquilinos o propietarios. El origen se relaciona con la vivienda urbana tradicional del Río de Plata: la casa colonial y el “conventillo”, estructurados en torno a un patio.

Las casas chorizo se caracterizan por tener una fachada rectangular y ornamentación particular, con aberturas angostas y altas. Se cree que su nombre es por la disposición de las habitaciones –como una ristra de chorizos– a lo largo de un patio interno y comunicadas por una serie de puertas. Otra teoría sobre el nombre proviene del arquitecto italiano Giuseppe Casaccio Rizzo. Llegó a Buenos Aires en 1886 y construyó cientos de estas viviendas. Publicó un libro en 1902, donde deja más de mil planos con anotaciones escritas a mano.

Las fachadas fueron cambiando según las modas arquitectónicas y van desde el neoclásico hasta el Art Nouveau y Art Deco. En los primeros días, cuando se construyeron las casas, el estilo, la cantidad y calidad de los adornos, mostraban el estatus social en el vecindario. La vivienda de la calle Honduras se basa en estilos inspirados en obras del romano Vitruvio. Líneas rectas, simples, ventanas y puertas de forma rectangular, fachadas con diseños básicos de cornisas y los pequeños techos encima de las ventanas sin muchos otros adornos.

La Casa de la Poesía

En 1989, Juan Desiderio, poeta y blibliotecario, fue el encargado de la creación en la casa de la Biblioteca de Poesía Raúl González Tuñón. En el año 2000 se creó, además, la Casa de la Poesía, donde la actividad fue muy intensa. Hubo encuentros y talleres, coordinados, entre otros, por Jorge Boccanera, Joaquín Giannuzzi y Leónidas Lamborghini. Cuando Juan Gelman vuelve a Buenos Aires, luego de doce años de exilio, también visita la casa donde participa de una reunión de poetas. “Se respiraba libertad cultural, organizábamos reuniones de todo tipo alrededor de la poesía”, cuenta Juan Desiderio. Extraña es la eterna presencia de Evaristo entre los poetas porteños que siguen visitando su obra.

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