La impronta de Arlt y Girondo, en un paseo por el barrio Bonorino

Un retazo del paisaje bucólico y distendido que describieron con su pluma talentosa dos de los más lúcidos dos escritores porteños revive en esta porción poco transitada de Flores sur, separada de las viviendas populares de Varela por la autopista 25 de Mayo.

Por Cristian Sirouyan

El tiempo se encargó de dejar atrás las mejores páginas literarias que describen la Buenos Aires del tranvía, los arrabales y los compadritos desprendidos de algún tango orillero. Pero, aún hoy, los secretos mejor guardados de Flores pueden ser rastreados siguiendo la misma hoja de ruta con rumbo sur que propone Roberto Arlt.

El más lúcido creador de aguafuertes porteñas refiere a un paraje bucólico de molinos de viento, casonas elegantes con pretensiones palaciegas, casaquintas frecuentadas por gente que desmontaba del caballo, bosques de eucaliptos y hasta un gigantesco ceibo.

“A diez cuadras de Rivadavia comenzaba la pampa”, advierte el novelista, cuentista, dramaturgo y periodista que se encargó de reflejar en sus textos los contrastes que le planteaba la ciudad cuando asomaba el siglo XX. Por esos tiempos, otra pluma virtuosa, Oliverio Girondo, elegía ponderar “a las chicas de Flores” como portadoras de “ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino”.

Retazos de esa mirada romántica de la gran urbe asoman entre los largos silencios del barrio Bonorino, apenas separada de Varela – su contraparte casi gemela – por el trazo grueso de la autopista 25 de Mayo y la avenida Eva Perón.

Barrio Bonorino

Aquí, en medio de las 640 casas del conjunto Varela levantadas en 1924 y las 902 casas de dos pisos con escalera de roble y pinotea que ostenta Bonorino – fieles réplicas del modelo de petit hotel de Países Bajos -, los pájaros siguen siendo la voz cantante del espacio público y se torna sencillo evocar esa época de quintas, caballos desperdigados, gruesas arboledas y hasta es posible sumergirse en “el silencio de sus calles, que no altera el estruendo comercial de Rivadavia”, como observa el prólogo del libro “San José de Flores”, escrito por Baldomero Fernández Moreno.

La casa del barrio donde vivió el poeta desde 1938 hasta su muerte en 1950 – una señorial mansión con siete habitaciones y dos salones, en Francisco Bilbao al 2300 y Rivera Indarte – fue declarada “Monumento histórico artístico por la Ley 24.678, en 1996.

Alrededor de esa joya de la arquitectura urbana – la referencia más vistosa de Bonorino – se despliega un simétrico laberinto de pasajes y casas bajas adornadas con malvones y reposadas bajo la sombra de los árboles, ideal para desandar a pie o en bicicleta.

Bonorino y Varela forman parte del plan de viviendas vendidas a crédito por la Comisión de Casas Baratas creada por la Ley “Juan Cafferatta”, aunque nunca resultaron muy accesibles para los trabajadores de bajos ingresos y terminaron en manos de empleados con cargos jerárquicos.

El páramo original – parte de la quinta Santa Clara – y la transformación del paisaje rural a través de la obra conjunta de Varela y Bonorino agitaron la inspiración de Baldomero, Arlt, Girondo, Alfonsina Storni, Conrado Nalé Roxlo, Juan José de Soiza Reilly y Julio Cortázar. El barrio reconoció esas miradas de la literatura que exaltan la atmósfera incontaminada del barrio, a través del nombre de sus colegas Evaristo Carriego y Charles Perrault asignado a dos de sus calles.

Esos reconocidos cronistas, adelantados a su tiempo, detectaron en las entrañas de la gran ciudad los latidos de un pequeño remanso entre la avenidas Asamblea y Varela y las calles Bilbao y Esteban Bonorino, un lugar necesario para detenerse y escribir las estrofas más sugerentes.

Imperdible

El barrio de los sonidos tenues y las fragancias naturales reflejado en las páginas literarias que hacen foco en Flores tiene continuidad a dos cuadras del barrio Varela, en la plaza Sicardi, enmarcada por la avenida Varela y las calles Avelino Díaz y Balbastro, el perfil moderno de una zona históricamente olvidada por los funcionarios de turno.

Plaza Sicardi

Este acotado pulmón verde – que late a un costado del Cementerio de Flores – es parte del Plan de Recuperación del Espacio Público impulsado por el ex jefe de Gobierno porteño Jorge Telerman y fue inaugurado en 2008 como un homenaje al médico y escritor argentino Francisco Anselmo Sicardi (1856-1927).

Un año atrás, después de un tiempo de descuido y deterioro de las instalaciones, el lugar fue puesto en valor con sectores recuperados y una nueva arboleda, para que los vecinos puedan disfrutar de su playón deportivo con una cancha de fútbol y básquet, juegos infantiles y aparatos para ejercicios físicos.

 

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