Revestido de tejados, paredes de ladrillos, patios y elegantes jardines, este conjunto de viviendas sostiene desde principios del siglo XX un ameno lugar de encuentro cultural y social entre las vías del tren Sarmiento y el frenético movimiento de peatones y vehículos de la avenida Rivadavia.
Por Cristian Sirouyan
La sola mención de los vecinos más ilustres que vivieron en La Mansión de Flores -el nombre popular que adoptó la casa colectiva Obispo Abel Bazán- señala un indicio del atractivo de este conjunto habitacional levantado en las primeras décadas del siglo XX en Yerbal entre Gavilán y Caracas, de espaldas a las vías del Ferrocarril Oeste, reconvertido en la línea Sarmiento.
Las amplias y confortables dimensiones de estos cinco edificios de cuatro pisos recubiertos de ladrillos y rematados por techos a dos aguas protegidos por tejados dieron cobijo y una fuente posible de inspiración a la mirada atenta del periodista y escritor Roberto Arlt -instalado aquí con sus padres Karl Arlt y Ekatherine Lobstraibitzer-, la nieta de Guido Spano, las tías de Rafael Obligado, el escritor Miguel Ángel Camino y el poeta y abogado Rogelio Bazán, entre otros nombre de peso.
La obra final responde acabadamente a los criterios de justicia e igualdad social en boga en la Europa de los años ’20, según el diseño creado por el arquitecto rosarino Fermín Bereterbide impulsado por el lema “luz y aire”.
Los cuidados detalles de la edificación, en el que ocupan un lugar primordial los cuatro patios enmarcados por pérgolas, bancos, maceteros y caminos pensados para recrearse, llamaron sobremanera la atención del intelectual Eduardo Molina y Vedia.
El reconocido periodista, poeta, traductor, escritor y docente de Literatura definió esta pieza excelsa de Bereterbide como “arquitectura moderna argentina de alta calidad al servicio de la gente, guiado por sus convicciones socialistas, por criterios que amalgamaron lo bello con lo funcional y por un perfeccionismo que el desarrollo tecnológico estimuló”.
Del otro lado de las rejas de hierro forjado y las puertas de roble que entregan postales entrecortadas del interior de La Mansión, el ojo atento de los caminantes detecta un inusual paisaje urbano de jardines refrescados por plátanos, gomeros, palmeras y tipas y la recreación de las actividades sociales, juegos y encuentros trasladados definitivamente puertas adentro desde la vereda. En tiempos lejanos, incluso, el complejo había sido el único edificio de departamentos de Buenos Aires que contaba con una sala de cine al aire libre.
El 28 de abril de 1988, el Museo de la Ciudad declaró “testimonio vivo de la memoria ciudadana” los 86 departamentos repartidos en cinco módicas torres de 17 metros de altura, por haber preservado su carácter y decoración originales.
Además, desde 2000, la Legislatura porteña concibe La Mansión como parte del Área de Protección Histórica 15 del Barrio de Flores, un oportuno reconocimiento a su notable “valor artístico, arquitectónico y simbólico”.
La obra cumbre de Bereterbide empezó a esbozarse en 1921, cuando la Unión Popular Católica adquirió el terreno a Felicia Dorrego y organizó un concurso para habilitar la construcción de viviendas. Los frutos de la Gran Colecta Nacional promovida entre las familias de mayores recursos del país aceleraron los trabajos y la fecha de inauguración fue anunciada para el 12 de enero de 1924, con la presencia del entonces presidente Marcelo T. de Alvear y buena parte de la porción más aristocrática de la sociedad porteña.
Desde entonces, el pequeño barrio levantado en homenaje al obispo riojano de Paraná Abel Bazán -doctorado en Filosofía en Roma- acompañó cada paso del desarrollo urbanístico y comercial de Flores.
Antes de ese golpe de efecto decisivo, la bucólica zona de quintas y parador de carretas en el camino de Buenos Aires a Luján había acusado el doble impacto de la llegada de la locomotora La Porteña al frente del Ferrocarril Oeste en 1957 y la prohibición de la caza furtiva en 1873.
Flores siguió siendo un páramo casi inexplorado por los habitantes del centro de la ciudad bastante después de ser incorporado como un barrio más en 1887. Casi un siglo y medio más tarde, el panorama es otro, decididamente disruptivo hasta en los rincones menos transitados de Flores. Pero en La Mansión se alcanza intuir que, al menos, el sentido de pertenencia y la vocación por el encuentro social son valores innegociables.
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En Rivadavia 6836, entre Membrillar y Rivera Indarte -a una cuadra y media de La Mansión-, la cúpula central de la galería San José de Flores conserva el expresivo mural “Motivos alegóricos”, realizado en 1956 por Juan Carlos Castagnino, Demetgrio Urruchúa, Enrique Policastro y Lino Enea Spilimbergo.
Cada uno de esos consagrados artistas plásticos aportó su propia impronta. Mientras Urruchúa eligió representar en el friso al poeta Baldomero Fernández Moreno (orgulloso vecino de Flores), Policastro dio forma a “La Pachamama” y Castagnino exhibió ante los ojos del público su concepción de la fraternidad, la gente común, sus trabajos, el tango, el folclore y el amanecer en la ciudad y en el campo.
La obra conjunta conserva todos sus brillos en la claraboya ovalada después de haber sido restaurada en 2002. Simboliza el rol determinante que cumplen en la sociedad la educación, el trabajo, la libertad, la música, el dibujo y el entorno barrial. Entre los personajes populares que sustentan la idea central se destacan las recreaciones del vendedor de globos, el aguatero junto a su carro, el organillero, niños que juegan y una abuela disfrutando de la compañía de su nieta.