San Ignacio de Loyola, en la Manzana de las Luces, es el edificio más antiguo y en pie que tiene Buenos Aires. Hoy restaurada, y a pocos días de cumplirse 290 años de su consagración, la iglesia, famosa por sus túneles subterráneos, es visita imperdible en el barrio de Monserrat. Protagonista y testigo de hechos fundacionales de nuestra nación, fue a la vez víctima de atropellos y maltrato. Su supervivencia es casi un milagro, y los tesoros que guarda, de enorme valor material y simbólico.
Por Pablo Sáez
La hoy llamada “Manzana de las Luces” era la “Manzana Jesuítica”. Todo el terreno entre las actuales Bolívar, Alsina, Moreno y Perú, había sido cedido por el Cabildo a la Orden. Allí construyeron la primera iglesia de adobe en 1608, y en 1712 comenzó la actual construcción que se consagró el 7 de octubre de 1734. La obra estuvo bajo dirección de Andrés Blanqui y Juan Bautista Prímoli, los mismos arquitectos del Cabildo y de la Iglesia de San Pedro Telmo. El diseño fue hecho por el arquitecto jesuita Juan Krauss, inspirado en la iglesia del Gesù de Roma. Es un hecho de gran importancia porque allí están los restos de San Ignacio de Loyola, fundador de la Orden.
Pertenece la edificación a la llamada arquitectura colonial y tiene elementos del barroco centroeuropeo en la fachada. Pero es su disposición espacial una característica de la compañía, nacida en el proceso de la reforma católica, respuesta a la reforma luterana: buena acústica e iluminación, y protagonismo de la nave central y capilla, para favorecer las misas que ahora podían ser en lengua nativa.
Arte sacro
Una mirada sensible y desprejuiciada puede gozar del valor artístico de todo el interior del templo. El altar mayor es del siglo XVII y fue hecho en madera y dorado por Isidro Lorea. Detrás vemos un imponente retablo, repleto de imágenes e íconos. Preside Nuestra Señora de Monserrat y, a su izquierda, San Ignacio de Loyola. También está Nuestra Señora de las Nieves, la imagen más antigua de Buenos Aires, segunda patrona de la ciudad. Los tableros y molduras están dorados a la hoja. Hay además catorce retablos tallados en cedro traído del Paraguay, obra de los mejores tallistas de la escuela jesuítica. Las imágenes del siglo XVIII y XIX, estatuas en madera de cuerpo entero, fueron traídas de España. En el ático hay una alegoría de la Verdad y la Fama, y más tarde llegaría un órgano tubular perteneciente al primer Teatro Colón.
Laberintos de la historia
La iglesia es conocida sobre todo por los misteriosos túneles subterráneos que aún conserva debajo. Forma parte de un entramado que unía una serie de iglesias, el Cabildo, el Fuerte y otros sitios de importancia. Se sospecha que habría una enorme red por toda Buenos Aires, porque aún se siguen encontrando otras ramificaciones. En el caso de San Ignacio, su importancia se multiplicaba por la existencia de la torre y el campanario, una atalaya desde la cual se divisaba el río y todos los puntos cardinales. Los túneles habrían servido como posibilidad de escape, pero también se los relaciona con el contrabando, principal actividad de esta urbe cuando el comercio era monopolizado por Lima. En esos túneles se habría acopiado mercancías y hecho su traslado. El campanario era la forma de llamar a la oración y también de dar aviso de los sucesos. En su memoria de bronce están los acontecimientos políticos de tres siglos de estas tierras.
La iglesia de las mil caras
Después de la expulsión de los jesuitas de América en 1767, en el templo se establecieron la Escuela de Medicina, la Biblioteca Nacional y la Universidad de Buenos Aires. Entre 1775 y 1791 funcionó como catedral. Durante las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807 fue utilizada como cuartel general por las tropas de resistencia a la ocupación. En la época de la independencia fue escenario de reuniones para la emancipación. En 1816 y 1820 se reunieron aquí cabildos abiertos decisivos. En 1830 comenzó a funcionar como parroquia y vio nacer el lindero Colegio Nacional Buenos Aires, en el sitio que funcionó el Colegio de San Ignacio, y luego el Real Colegio de San Carlos.
Un calvario de llamas y derrumbes
La declaración de monumento histórico nacional en 1942 poco la protegió de una serie de desgracias. El 16 de junio de 1955, partidarios del presidente Juan Domingo Perón incluyeron a la San Ignacio como objetivo en la famosa quema de las iglesias por represalia al sangriento bombardeo de Plaza de Mayo. Allí se quemaron imágenes originales, se saquearon objetos y se perdieron valiosos documentos históricos. Su lenta decadencia continuó con el deterioro de su interior y una ciudad que crecía devorando su pasado colonial. Pero lo peor llegó en 2002 cuando una inundación, producto de la rotura de un caño maestro de aguas, copó los túneles subterráneos y dejó a la construcción en peligro de derrumbe. Se partió la iglesia en dos, al frente, y produjo daños en naves laterales. Se apuntaló una de sus paredes con madera a la espera de respuestas que no llegaban.
La resurrección de San Ignacio
En marzo de 2003, el entonces cura párroco Francisco Delamer desesperó al ver que su iglesia temblaba cuando circulaban por Bolívar nueve líneas de transporte. Cansado de esperar salvación oficial para su iglesia, salió una mañana, silbato en mano, a desviar los colectivos como policía de tránsito. Los fieles entraban a misa por Alsina al estar cerrada la puerta principal. Y un día vio como un grupo de piqueteros que acampaban cerca, usaban las maderas de los apuntalamientos para hacer fuego y el atrio de la iglesia como baño. Demasiado para el cura de Monserrat que luego de episodios cardíacos debió ser reemplazado.
Por entonces, el primer papa jesuita, que era por esos días el cardenal Bergoglio, nombró como párroco a Francisco Baigorria, pieza clave para la salvación de San Ignacio. Su labor de gerenciamiento de un master plan integral con equipos multidisciplinarios permitió, a partir de 2008, restablecer los cimientos, consolidar la bóveda y muros laterales y restaurar todas las obras de arte por un equipo de artesanos de alta calificación.
Continuará
En la madrugada del 25 de septiembre de 2013, un grupo de estudiantes del Colegio Nacional Buenos Aires ingresó en el templo por medio de un túnel que conecta con la iglesia. Destruyeron patrimonio irrecuperable y dejaron pintadas en el piso de la iglesia con consignas como: “La única iglesia que ilumina es la que arde”. Fueron procesados y multados y alimentaron la mitología oscura del templo. Pero siempre vuelve la luz y hoy la Iglesia San Ignacio de Loyola es una de las joyas de nuestra ciudad. Las visitas guiadas permiten hasta recorrer sus ya recuperados túneles.