Postales de Caseros 1750, barrio de Barracas, hoy “La Calle de los Títeres” o “Centro Cultural del Sur”. Con problemas de mantenimiento y presupuestos siempre insuficientes, la vieja casa sigue siendo uno de los pocos referentes institucionales en la zona sur, potente y feroz cuna de gran parte de la cultura porteña.
Por Pablo Saez
Podría escribirse esta nota a la manera de “Misteriosa Buenos Aires”, como un cuento donde una casa colonial recuerda fragmentos de su vida entre tres siglos:
Ella ahora está vieja, los años le pesan en las paredes, en los cimientos cansados, en las vigas enfermas que le sostienen su techo de tejas rojas. Un alto cerco de hierro la separa de la avenida Caseros. A su izquierda, la calle Baigorri resiste tenaz con su empedrado, el mismo que dibuja los senderos que la recorren, y que habita con fuerza el gran patio cuadrado donde aún sobreviven las caballerizas. La vieja casa recuerda con nostalgia su niñez de retoños, plantas, y carros a caballo que repartían árboles por toda la ciudad. Añora con ansias su juventud de fiesta española, de flamenco y ricas comidas, y sobre todo, ese caballito que tanto le gustaba. Y ahora anciana, reniega los fines de semana por el ruido que hacen esos titiriteros. Entraron con sus muñecos por una puerta del costado, se atrincheraron en uno de sus cuartos, y nunca más se fueron. Pero como abuela que es, aguarda y disfruta la llegada de tantos niños, que con sus risas le hacen cosquillas. La vieja casa está cansada y a veces teme la cruel reforma o la demolición. Por las noches, en el silencio duerme y sueña, mezcla tiempos, confunde su memoria, desvaría.
Hasta aquí llega el periodista. No tiene la erudición ni la pluma delicada de Manuel Mujica Lainez. Pasa entonces a hacer una corta reseña de lo que pudo investigar, sabiendo que hay demasiado por contar.
El Jardín del Sud
La zona que hoy ocupan los neuropsiquiátricos Moyano y Borda, el Hogar Rawson y el parque España era conocida a principios de siglo XIX como “La Convalescencia” por un hospital para crónicos que tenían unos frailes betlemitas. Más tarde, en 1830 en la esquina de Caseros y Amancio Alcorta se estableció el Matadero del Sur. Era una zona brava, la misma que pinta con crudeza Esteban Echeverría en su relato “El Matadero”. Luego de la fiebre amarilla, en 1871 éste se traslada a los Corrales, actual Parque Patricios.
En 1880, cuando la capitalización de Buenos Aires, la ciudad era muy insalubre y carecía totalmente de árboles y parques. En 1883, Marcelo T. de Alvear se propuso dotar de plantas y flores a todas las plazas y calles, y con la dirección de un francés, Eugene Courtois, se crea el “primer criadero de plantas de la ciudad”.
Así nace el Botánico o Vivero del Sud, que multiplicó su producción todos los años, y fue fundamental para el extenso arbolado que hoy tiene Buenos Aires. En el caserón funcionó su administración hasta 1961, cuando cesó sus actividades cubiertas por muchos nuevos viveros. La antigua construcción se recicló manteniendo el primitivo encanto colonial, con su patio central adoquinado, rodeado de los pesebres, donde se guarecían y alimentaban los caballos que se utilizaban para arrastrar las chatas municipales, que se empleaban para transportar las plantas a todos los barrios de la ciudad.
El Mesón Español y el Caballito Gaucho
Guillermo Macro, un polifacético actor argentino, cuya participación en “La Mala Vida” le dio popularidad, consiguió por los años 60 que la Municipalidad le diera en concesión la casa para poner un restaurante que adquiriría gran renombre: “El Mesón Español”.
La arquitectura colonial era muy propicia para brindar comidas típicas y presentar en vivo música y baile de España. Gran protagonista e ídolo de todos los niños era el anfitrión, un pony llamado “Caballito Gaucho”. El actor y Gaucho eran inseparables. Macro había hecho modificar un Fiat 600, para llevar a su amigo en la parte de atrás, y juntos recorrían barrios y escuelas de la ciudad.
Gaucho fue famoso: muñeco miniatura de la colección de chocolatines Jack de la fábrica Felfort, protagonista de un programa de televisión en Canal 7 –adonde llegaba en limousine– e invitado especial a tantos otros, como lo fue al de Tato Bores. Viajaba de vacaciones a Mar del Plata con la familia del actor, que le alquilaba una habitación particular en el Hotel Riviera.
Cuando enfermó, Macro contrató cinco veterinarios que lo atendían en el mesón, y cuando murió, estuvo una semana en cama. Escribió un libro sobre él (“El Caballito Gaucho y yo”) y editó un disco simple con canciones que le compuso. El restaurante era visitado asiduamente por celebridades y fue uno de los más populares de Buenos Aires en la década del 70. Funcionó hasta los 80, cuando venció el permiso y el caserón fu destinado a funciones culturales a principios de la democracia.
La Calle de los Títeres
En los primeros años del regreso de la democracia, la Secretaría de Cultura de la Ciudad, a través de su Dirección General de Promoción Cultural, dio gran impuso a las actividades gratuitas con talleres y espectáculos por los barrios. Aún continuaba en actividad el Mesón Español cuando, aprovechando esos vientos, un grupo titiriteros notables como Mané Bernardo, Sara Bianchi, Javier Villafañe y Pepe Ruiz, entre otros, consiguen un pequeño espacio tras una puerta sobre Baigorri y organizan funciones y feria de títeres los domingos por la tarde en la calle.
Los retablos se armaban uno al lado del otro y la ornamentación y el clima festivo era mágico. Así nació “La Calle de los Títeres”, que más tarde con la participación de otro titiritero, Elvio Villaroel, se constituyó en cooperativa. Habilitaron la primera sala para títeres en el primer piso, y, cuando la ciudad recuperó toda la casa, se multiplicaron las actividades. En 1992 se realiza el Primer Festival Internacional de Títeres, con record de participantes y elencos de todo el mundo.
Desde 1996, la Cooperativa, que nuclea numerosos elencos de la ciudad, en cogestión con el “Centro Cultural del Sur”, por Promoción Cultural, ofrecen actividades libres y gratuitas durante toda la semana. Por la Calle de los Títeres pasan más de 70 grupos de titiriteros y 10000 personas por año y la Cooperativa revalida su permanencia en la casa, avalada por cientos de funciones y talleres que lleva a otros barrios, escuelas y hospitales.