Un proyecto de la Fundación Proa pone en valor un importante sitio patrimonial para el barrio de la Boca y la Ciudad de Buenos Aires y recupera un espacio fundacional para el desarrollo del arte en la Argentina.
Por Pablo Saéz
Muy concurrida la calle este jueves de agosto por Caminito. Llegan micros con turistas de todo el mundo y reciben ofertas de restaurantes, shows de tango o recuerdos del emblemático sitio que visitan. La Boca es esa postal de casas multicolores, pero también los conventillos más allá, el temblor de la Bombonera en los partidos, “la doce” –barra brava– detrás de la economía informal de la zona, o también tantas asociaciones vecinales de ayuda mutua, tradición heredada de inmigrantes italianos llegados al país en este suburbio.
En Vuelta de Rocha, hacia el sur, desde Museo Quinquela Martín y Teatro de la Ribera, un cordón de instituciones culturales abraza la costanera. Desde 1996 Fundación Proa sostiene fuerte difusión del arte contemporáneo a través de muestras, talleres y programas de educación e intercambio. En 2008 reinventó su sede remodelando la vieja casona donde funcionaba y sumó dos fachadas de vidrio de estilo contemporáneo, con más espacios y última tecnología.
A solo una cuadra, en 2018, Pedro de Mendoza 2073, nació Proa 21, espacio de creación y experimentación que propone apartarse del tradicional museo expositivo con nuevas herramientas y plataformas. No es azaroso el lugar que eligieron para levantar un edificio de arquitectura contemporánea, con guiños hacia la tradicional construcción en chapa del barrio. Una placa recuerda que allí funcionó el estudio de los pintores Benito Quinquela Martín, Miguel Victorica, Fortunato Lacámera y el escultor Julio Vergottini entre 1922 y 1955.
Ese solar es de enorme trascendencia: allí estuvo, hasta el año 1973 en que fue demolida, la primera casa y la más importante del barrio de la Boca: la Mansión Cichero, de gran significación simbólica y patrimonial.
Revivir el patrimonio barrial
Dentro de Proa 21 existe una energía fresca y potente. Siempre hay alguna muestra en preparación, además de las exhibiciones y actividades en curso. Poco queda de la vieja casona: apenas una viga original atesorada en un rincón y el gran jardín del fondo, intacto.
Sin embargo, los artistas y gestores que trabajan allí sienten el amparo de la historia que rescatan con el proyecto. Hay hasta cuentos que hablan de objetos y muebles que en la noche se mueven solos en el primer piso, coincidente con el espacio donde se asentaban los atelieres de artistas décadas atrás. Son los fantasmas de los que habitaron el caserón Cichero, dicen.
Vale la pena escuchar sus historias: transforman la visión que tenemos de La Boca. Sus calles pueden verse desde una estratégica ventana de la planta alta de Proa 21, que recupera el punto de vista que dio nacimiento a muchas obras de arte, hoy repartidas en museos.
El paisaje ha cambiado: un edificio de prefectura interrumpe la visión del puente transbordador que aparece en tantas pinturas. Pero, tal vez, aún puede sentirse desde la quietud la concentración con la que Fortunato Lacámera pintó Desde mi estudio, obra entrañable. Hay muchos relatos para escuchar y todos comienzan allá por principios del siglo XIX.
Don Doménico Cichero, patriarca de La Boca
Nacido en Génova, Italia, llegó a Buenos Aires en 1842 con siete años de edad, junto a su padre, Sebastián Cichero, viudo recientemente, y uno de los primeros inmigrantes de Liguria a estas tierras. Constructor naval, contratado por Juan Manuel de Rosas durante el bloqueo anglo-francés, Sebastián era asiduo invitado a las reuniones en la quinta de San Benito.
La hija del Restaurador, Manuelita, le habría enseñado español a su hijo Doménico. Ya mayor, Doménico fue uno de los fundadores de la industria naval al crear el primer astillero de Argentina, con el que hizo una enorme fortuna. Se casó a los veintisiete años con Camila Pigretti Boasi, también italiana, y juntos se asentaron en la Boca.
En 1866 compró un terreno a Don Carlos Murchio, en el que construiría su casa, una de las primeras hechas con ladrillos en Pedro de Mendoza. En 1868, sobre durmientes de madera de quebracho colorado, se levantó la mansión de los Cichero, muy cerca de la orilla fangosa, sin muelles, con gran fachada de numerosas puertas y ventanales con dinteles ornamentados.
Era todo un acontecimiento ver salir de la gran cochera en planta baja el carruaje con el que la familia bordeaba el Riachuelo antes de ir al centro por la cuesta de Lezama. En los altos, a los que se llegaba por una escalera de roble de peldaños lustrosos, estaba instalada la familia. Alfombras, espejos, cuadros, arañas y grandes cortinados decoraban el ambiente. En esta histórica casa, la primera de material de La Boca, se decidieron temas importantes relativos al puerto y varios presidentes pasaron por sus salones; se dice que hasta Roca habría pernoctado allí.
Agrupación El Bermellón
En el caserón de los Cichero, años después, se establecieron los estudios de artistas plásticos, muchos discípulos del maestro Francisco Lazzari, quien en la Sociedad Unión de La Boca comenzó una intensa actividad docente con jóvenes trabajadores portuarios.
Eran conocidas sus caminatas con alumnos por la ribera al encuentro de motivos para pintar. Entre sus discípulos se encuentran Benito Quinquela Martín, Juan de Dios Filiberto, Arturo Maresca, Santiago Stagnaro, Vicente Vento y Fortunato Lacámera.
Fue también allí donde nació la agrupación de arte El Bermellón en 1919. Se dice que Juan del Petre habría sido su creador y fue integrada –vale la pena conocer sus nombres– por Víctor Pisarro, Juan Chiozza, Adolfo Montero, Juan Giordano, Roberto Pallas Pensado, Orlando Stagnaro, José Luis Menghi, Salvador Calí, Adolfo Guastavino, Guillermo Bottaro, José Parodi, Víctor Cunsolo, Pedro César Zerbino, Mario Cecconi y Guillermo Facio Hebequer. Intensa actividad tuvo hasta su disolución entre 1921 y 1923, y un sinfín de anécdotas la recorren. Artistas internacionales como Miguel Victorica fueron seducidos por el estímulo de ese ambiente y decidieron establecerse en el barrio.
Continuidad de los sueños
En un video producido por Proa 21, Víctor Fernández, director del Museo Benito Quinquela Martín, sostiene que la diversidad de propuestas que albergó El Bermellón, como tantas otras agrupaciones posteriores, fue notable: desde el arte social, la investigación de estéticas de vanguardias o el retrato de costumbres y paisajes locales.
En la casa los límites entre lo privado y lo público se perdían, reflexiona. Es algo que en La Boca parece perdurar: arte y cultura circulan libremente. Es lo que Proa 21, de alguna manera, convoca con sus actividades: en sus salones, muestras y talleres; o en el jardín, performances, ciclos de teatro y cine. Da continuidad al trabajo de tantos artistas que hace poco más de cien años comenzaron, en la Mansión Cichero, un movimiento artístico fundamental para comprender las artes visuales en el país.