“La familia organizada en la escuela” podría funcionar como una breve pero potente definición de lo que una cooperadora escolar es. Va desde aquí un paneo por su quehacer diario, sus resistencias y las discusiones que atraviesan al movimiento cooperador porteño.
Por Verónica Ocvirk
Para quienes no tienen lazos más o menos directos con las escuelas de gestión estatal –sean de nivel inicial, primario o secundario– el término “cooperadora” puede llegar a sonar algo borroso. Cuestiones como qué hace una “coope”, quiénes la forman o hasta dónde tiene la posibilidad de intervenir en la vida escolar a veces ni siquiera resultan tan claras hacia adentro de las mismas escuelas públicas.
Según la definición formal, las cooperadoras son “ese espacio por excelencia en el que las familias participan como integrantes activas de la comunidad educativa”. Pero no hablamos de un grupo de padres y madres que simplemente se juntan a pensar y hacer cosas que se les ocurran de la manera que puedan o les salga. La actividad de una cooperadora está súper normada, además de que la coope en cuestión debe llevar a cabo asambleas, elegir unas autoridades, completar libros de actas y hasta contar con un balance.
Las personas que forman la cooperadora –principalmente madres y padres– donan su tiempo (y a veces también recursos económicos) para sumar a la escuela ciertos equipamientos o insumos que necesite: desde material de librería hasta elementos para las clases de gimnasia, pasando por instrumentos o juegos para el jardín. También encaran arreglos edilicios, en principio menores. Y además compran los regalitos para quienes empiezan primer grado, y las medallas para séptimo, y para quienes juran de la bandera, y suelen encargarse de cubrir el gasto si alguien no puede pagar una excursión o un campamento. En algunos casos organizan actividades culturales abiertas a la comunidad, como ferias del libro, o festivales con música, venta de comida y kermesse.
En el caso de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, las cooperadoras se financian principalmente por tres vías. Una es el Fondo Único Descentralizado de Educación o “FUDE”, que otorga el Gobierno de la Ciudad y solo puede gastarse para cumplir con el Plan Anual Institucional o “PAI”. Otra son las cuotas –no obligatorias– que pagan los socios. Y la tercera: las ferias del plato, rifas, ferias americanas y otras actividades “extraordinarias” que puedan llegar a organizar para acrecentar sus recursos.
La cooperadora ideal no existe…
En la Ciudad de Buenos Aires funcionan cerca de 1.000 establecimientos escolares de gestión estatal: 777 cuentan hoy con una cooperadora. Un comentario recurrente en el movimiento cooperador tiene que ver con el hecho de que, más allá del trabajo encomiable, las coopes están haciéndose cargo del suministro de insumos, equipamiento y arreglos que en realidad corresponderían al Ministerio de Educación.
“Las cooperadoras vienen tapando agujeros en un montón de cuestiones que el gobierno de la Ciudad ha dejado de lado en estos 16 años, y todo teniendo en cuenta que los recursos que perciben han bajado. De hecho, muchas escuelas funcionan con normalidad gracias a este trabajo”, dice Pablo Cesaroni, referente de la agrupación Cooperadores en Movimiento.
Y agrega: “No caben dudas de que hay que fortalecer al movimiento cooperador para que pueda seguir cumpliendo su rol. Pero tener claro a la vez que la responsabilidad del gobierno tiene que ser otra, empezando por aumentar el presupuesto educativo y contribuir a que las cooperadoras puedan dedicarse más a tareas culturales, o participativas, o solidarias, o a proyectos propios, como podría ser organizar una jornada de teatro o pintar un mural, en vez de tener que estar arreglando la escuela”.
Lograr el involucramiento y la participación de las familias tampoco resulta fácil en un momento histórico atravesado por el individualismo extremo –por un lado– y la escasez de tiempo libre –por otro–. Otra cuestión medular tiene que ver con el vínculo, a veces fantástico, a veces algo tenso, que las cooperadoras establecen con las conducciones.
Betina Silveiro, vicepresidenta de la cooperadora del Normal 1 de Recoleta, advierte que resulta súper importante comprender el criterio según el cual deben administrarse los fondos de una cooperadora. “A veces –marca– se dice que la coope tiene que comprar todo lo que manda la conducción. Y ahí se genera la discusión sobre si ese gasto no le correspondería a mantenimiento. Porque tal vez se rompe algo y para la dirección la salida más fácil es pedir ‘que lo arregle la cooperadora’, cuando ni siquiera se hizo el reclamo correspondiente. Y entonces aparece la aprobación: ‘mirá qué buena es la coope, arregla todo’, cuando en realidad está cubriendo la ausencia del Estado. Lo que pasa es que en ocasiones el problema aparece antes, porque no hay una buena gestión de la conducción para que el edificio se mantenga como debiera”.
Después de 13 años al frente de la dirección de la escuela Petronila Rodríguez, “La Petro” de Parque Chas, Lelis Paladino se jubiló el último julio. La coope la bautizó como “la mejor directora del mundo”. Y ella reconoce la centralidad que tiene a armonía en el tándem coope-dirección. “Hay conducciones que son muy cómodas y le tiran todo a la cooperadora. Yo tenía mi caja chica, que a veces se terminaba, y entonces, por ejemplo, compraba los marcadores con fondos de la cooperadora. Pero me ocupaba yo de ir a la librería”, explica, y discute también el hecho de que las coopes se tengan que hacer cargo del alquiler de las fotocopiadoras.
“Las fotocopias se usan todo el tiempo –advierte–, debería haber una fotocopiadora por escuela puesta por el gobierno de la ciudad”. “Creo que la coope debería poder concentrarse en lo social, en la bienvenida de los chicos de primero, en actividades culturales. A veces los sábados abríamos la escuela y hacíamos tarde de cine, y la coope vendía tortas y hacía bolsitas de pochoclo para regalar a los pibes, u organizaba un torneo de metegol y compraba las copitas para los ganadores. También nos fuimos de campamento a San Pedro con toda la escuela. Todo era muy autogestionado y nadie se quedaba sin venir: al que no tenía plata, la coope se lo pagaba”.
Cooperadoras fuertes: ¿factor de desigualdad?
“Las escuelas que tienen cooperadoras fuertes funcionan mejor”, es una frase que se escucha seguido cuando se habla de educación pública. Y una cooperadora fuerte se consigue en principio a partir de dos factores: buenos montos de recaudación y buena participación.
Violeta Díaz está en cuarto año de la escuela de música Juan Pedro Esnaola del barrio de Saavedra. Es, además, vicepresidenta del centro de estudiantes de ese colegio. “Tenemos una cooperadora bastante fuerte –dice–. El problema es que la plata que bajan desde el Gobierno de la Ciudad no es acorde a lo que cuesta mantener una escuela de música. Sí contamos con un buen edificio, es grande, tiene placas acustizadas. Pero no nos mandan los instrumentos y entonces la cooperadora es la que se encarga de comprarlos, todo con fondos de las familias y lo que pueden juntar organizando festivales”, relata y cita el ejemplo de los pianos, que en la mayoría de los casos fueron donaciones o compras de la coope. “El año pasado el Ministerio compró un piano Yamaha. Fue tan extraño que organizaron toda una ceremonia para recibir al piano, vino la supervisora y entre nosotros nos mirábamos como preguntándonos: ‘¿por qué hacen un acto porque compran un piano?’”.
La escuela de Música N° 5 de Barracas tuvo ratas el año pasado. “La gente de primaria decía que no había, pero nuestros hijos iban a la tarde y a la noche a sus clases de música y ahí las veíamos”, dice Daniela Barraza, presidenta de la cooperadora. “Nos miramos y nos preguntamos: ‘¿Qué hacemos?’. ‘Cortamos Montes de Oca’. ‘¿Qué día?’. ‘El viernes’. ‘¿Y qué cátedra toca?’. ‘La de chelo’. La cátedra de chelo tiene muchos chicos y es muy fuerte, la cara más visible de la escuela. Siempre decimos que ‘si chelo nos apoya, podemos con todo’. Así que salimos a la calle a tocar. Una de las mamás de la coope es abogada y nos asesora con estas cosas. Vinieron periodistas, tuvimos buena repercusión y por suerte no hay más ratas”, dice.
“Desde la cooperadora estamos en contacto con los docentes para ver qué necesitan, desde instrumentos hasta plata para micros cuando los chicos van a tocar a otro lado. Somos muchos padres y madres, algunos tienen más tiempo y son más activos, otros no tanto pero están ahí para colaborar cuando pueden o cuando se necesita –concluye–. Somos una gran familia. Y trabajamos en conjunto”.
Hay escuelas que tienen cooperadoras grandes y fuertes, en otras la participación es casi nula. Y están las que ni siquiera tienen una cooperadora. Las coopes –está claro– tienen un lugar de relevancia en el funcionamiento escolar, pero eso genera también una división hacia el interior de la propia educación de gestión estatal: habrá chicos y chicas que tendrán más equipamiento y más insumos que otros.
De leyes y “politización”
Fue en 2012 que la cámara de Diputados de la Nación convirtió en ley un proyecto que brinda más autonomía a las cooperadoras, y marca además que su rol no reemplaza al del Estado. Desde entonces un grupo de cooperadoras porteñas comenzó a solicitar que la Ciudad de Buenos Aires adhiriera a esa norma, pero eso no ocurrió: en cambio, se trabajó en una ley propia que finalmente vio la luz en 2022, votada exclusivamente por el oficialismo y muy cuestionada por la oposición y gran parte del movimiento cooperador.
“Es una ley mordaza”, señaló en declaraciones radiales el exasesor de delegados de cooperadoras de la Comuna 7, Gustavo Alonso. “Quieren que las cooperadoras no puedan emitir palabra sobre cualquier cosa que no sea gastar un fondo. Esa ley no amplía ningún derecho. Siempre decimos que la cooperadora podría hacer un contralor de lo que el Ministerio hace en la escuela en comedores, o sobre aspectos edilicios. Pero la ley va en el sentido opuesto. No quieren abrir el juego”.
Al malestar se sumaron dichos en off de la ministra de Educación Soledad Acuña, quien apareció en un video aleccionando a un grupo de personas acerca de cómo enfrentar a las cooperadoras, llamando a “respaldar a los directivos de aquellas instituciones donde las familias son muy fuertes y tienen un perfil ideológico determinado”.
Esta cronista intentó conversar con la Gerencia de Apoyo a las Escuelas y Cooperadoras Escolares, pero solo aceptaron responder preguntas escritas. A la consulta sobre si existían críticas sobre el accionar actual de las cooperadoras respondieron que no hay “ninguna”. Se excusaron de no compartir información sobre el monto correspondiente al FUDE. Y como reflexión destacaron un artículo de la nueva ley: el que advierte que “la Comisión Directiva no puede utilizar la Cooperadora Escolar para promover actividades con fines comerciales, político partidarios, religiosos y cualquier otro que sea ajeno a las funciones propias de las Cooperadoras por cuestiones de conflicto de intereses”.
Las coopes, con todo, continúan siendo un gran lugar para trabajar y sentirse parte de la escuela. “La coope es el corazón de la escuela –sostiene Silveiro–. Es el lugar por fuera de la estructura académica que permite encontrarnos desde una perspectiva más social, más cultural, y promover espacios de encuentro más relajados para generar identidad, sentir a la escuela como propia, cuidarla y quererla”.
Cesaroni coincide: “Desde luego que puede haber diferencias. Pero una cooperadora también puede proponerse lograr objetivos interesantes a partir de esta idea de articular desde abajo hacia arriba, en vez de esperar que las cuestiones se resuelvan por arte de magia. Quizás el camino se vuelve así más lento, pero transitándolo también podemos apuntar a algo que hoy se necesita más que nunca: fortalecer nuestros lazos”.