Una postal de Londres que resiste en Barracas antiguo

El residencial barrio Colonia Sola fue creado a fines del siglo XIX junto a una estación de cargas para los trabajadores del Ferrocarril del Sud. En sus cuatro bloques de edificios conserva sus imponentes paredes y chimeneas de ladrillo a la vista, techos de tejas y desagües pluviales de hierro fundido. Dos décadas atrás, la Legislatura porteña la declaró “Patrimonio Histórico de la Ciudad”.
Por Cristian Sirouyan

El ecléctico diseño urbano de la ciudad de Buenos Aires conserva un rincón con aires ingleses en uno de los entornos menos afines con esa postal de casonas de ladrillo a la vista rematadas por techos de tejas a dos aguas. Colonia Sola preserva a duras penas el diseño vistoso de sus cuatro pabellones, en medio de la secuencia de fábricas, talleres, galpones, contenedores apilados y camiones de tránsito incesante que perfila Barracas antiguo en los alrededores de la avenida Vélez Sarsfield.

Desde la entrada de Australia al 2.700 entre Perdriel y Santa Elena se alcanzan a observar los últimos brillos de este conjunto de 71 viviendas levantadas en 1889 para los trabajadores del Ferrocarril del Sud, más tarde reconvertido en la línea Roca. Maquinistas, señaleros, guardabarreras, personal administrativo y ordenanzas encontraron en Colonia Sola el lugar más indicado donde vislumbrar un futuro auspicioso.

Un exhaustivo recorrido puede estar perfectamente matizado por el relato de los vecinos más informados, que suelen abrir las puertas del minibarrio de 8 mil metros cuadrados extendidos junto a la estación de cargas Sola, para mostrar las luces y las sombras (causadas por el deterioro y la falta de obras de mantenimiento) de su lugar de pertenencia desde hace décadas.

Barrio Colonia Sola

Marcelino “Bivy” Molina -uno de los vecinos más activos para la mejora y puesta en valor de Sola desde su llegada en 1968, cuando cumplía funciones como empleado ferroviario- destaca la sólida construcción de los muros y chimeneas en ladrillo a la vista, los techos en pendiente recubiertos con tejas normandas, los detalles en madera de los cercos de balcones y galerías y los desagües pluviales a la vista de hierro fundido.

Esos detalles suelen despertar el interés de estudiantes de las carreras de Arquitectura y Diseños, fotógrafos y turistas, que -antes de desenfundar sus cámaras- suelen observar demudados esta postal perturbadora, que se mantiene al margen de los folletos promocionales y los recorridos tradicionales de la ciudad.

La construcción había sido impulsada a fines del siglo XIX por el banquero británico George Drabble, presidente del Banco de Londres y Río de la Plata, titular de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires y director del Ferrocarril del Sud. El proyecto era una consecuencia directa de la política de expansión de la red ferroviaria del país, especialmente desde 1955, cuando el Estado argentino firmó seis contratos con empresas inglesas.

Más de un siglo después, el barrio Sola hace equilibrio entre la desidia del Gobierno porteño -sus serios problemas edilicios incluyen el peligro de derrumbe por filtraciones de agua y otros descuidos- y el reconocimiento por parte de la Legislatura, que declaró el lugar

“Patrimonio Histórico de la Ciudad”

Mientras las autoridades incumplen la Ley 459, sancionada en 2000 en favor de la puesta en valor de Colonia Sola, Roberto Thouzeau prefiere mirar hacia adelante y confiar en la concreción de una ambiciosa iniciativa comunitaria, que apunta a la creación de un parque recreativo municipal en el playón central, equipado con canchas deportivas, una piscina y un museo.

“Es nuestro lugar en el mundo. No fue tomado ni usurpado por nadie. Tenemos boletos de compravente y escrituras y no queremos irnos de acá”, resuena una y otra vez en los pasillos de esta suerte de réplica del East End de Londres y algún barrio ferroviario de Liverpool. Para Lúcas Yáñez, presidente de la Junta de Estudios Históricos de Barracas, “el barrio ferroviario Sola es una de las tantas Barracas que fueron posibles durante un tiempo y trasmutaron en otra cosa”.

Por su parte, Carlos Corvalán -trasladado definitivamente desde Lomas de Zamora hace 33 años- recurre a sus mejores recuerdos, al compartir que “venir a vivir a Colonia Sola fue lo más lindo que me pasó. Aquí conocí gente humilde y muy trabajadora y disfruté de inolvidables fiestas de Fin de Año, Carnaval y cumpleaños. Era una gran familia ampliada, en la que nadie quedaba afuera”.

El Área de Protección Histórica asignado a Colonia Sola se desdibuja en su frontera norte, donde se levantan columnas desordenadas de contenedores y la megaobra del viaducto en altura que extenderá las vías del Ferrocarril Belgrano Sur hasta la terminal de Constitución.

Esa imagen decididamente hostil para los ojos del visitante se contrapone con el verde intenso del jardín de santarritas, jazmines, laureles y malvones que decora el frente de la vivienda de la Unidad 4, donde Ana Montenegro reside a sus anchas desde sus 12 años de edad. Hija de un obrero ferroviario, a los 60 años, la vecina más locuaz derrocha simpatía a la hora de conducir el paseo y su mirada sólo se tensa cuando recuerda el largo repertorio de promesas incumplidas para recuperar su barrio, ese rincón perturbador del Sur que hasta el virtuoso pincel de Benito Quinquela Martín reflejó en “Viejo Puente Barracas”.

Imperdible

La densa atmósfera de la franja industrial de Barracas se disipa notablemente a dos cuadras de Colonia Sola. Las calles Alvarado y Luzuriaga y las avenidas Iriarte y Vélez Sarsfield enmarcan el pulmón verde de cuatro manzanas -cortado al medio por California- del resfrescante Parque Pereyra, donde asoman senderos, una nutrida arboleda, juegos y una calesita. Su belleza natural atrajo a Adolfo Bioy Casares, que refiere al parque Pereyra en un intrigante pasaje de su cuento “La trama celeste”.

Parque Pereyra Iraola

Añosas araucarias, cedros y plátanos rodean el gran lago del antiguo barrio de las Ranas, un campo de alfalfares y terrenos inundables que, en 1920 -cuando el paseo público fue inaugurado por el entonces presidente Hipólito Yrigoyen- dejó de estar en manos del terrateniente Leonardo Pereyra Iraola.

La zona fue transformada por Carlos Thays, que ejercía el cargo de director de Paseos Públicos de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Para eso, el renombrado paisajista se valió material extraído de las excavaciones realizadas para la obra de la línea A del subte.

Enfrente del parque, la construcción neorrománica de la Basílica Sagrado Corazón de Jesús de Betharran da forma a la iglesia más grande de la ciudad, incluso de mayores dimensiones que la Catedral. La monumental obra, que terminó de levantarse en 1908, ocupa 80 metros de largo y 15 metros de ancho, flanqueado por un complejo polideportivo.

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